Historia #212: Drogas medicinales

En el supermercado donde trabajo como empaquetador, frecuenta un vejete de mierda que no hace otra cosa más que molestar a los que lo atienden. A un compañero le dice el Guatón de la Fruta (por el Guatón de la Fruta), a otro el pastero, a otro el curao’, y así etcétera, etcétera. Yo no tenía muy claro quién era hasta que un día mi hermano (que trabaja conmigo) lo apuntó mientras un compañero nuestro lo atendía. “Ese es el viejo culiao’ que nos molesta”, me dijo, y yo traté de recordar su cara para que no me pillara desprevenido cuando fuera mi turno para atenderlo.
            Pasaron las semanas hasta que un lunes o martes por la mañana, no me acuerdo bien, lo vi acercarse con unos cuantos productos a la caja registradora frente a mí. Me froté las manos y lo saludé educadamente como saludo a todos los clientes. Me examinó con su mirada de viejo de mierda y, pasando por alto las instrucciones que le daba la cajera para operar con su tarjeta de débito, me dijo: “ah, tú tenís cara de volao’. De seguro que te gastai’ toda la plata en drogas, ¿no, marihuanero estúpido?”. “Sí, eso mismo hago”, le respondí. “Me gasto toda la plata en drogas porque de lo contrario no podría controlarme y evitar así violar ancianos tan encantadores como usted”. Hice una pequeña pausa sólo para saborear la expresión desfigurada de su cara. “Y es que no puedo no hacerlo: si no fuera por las drogas, de seguro su pantalón ya estaría abajo y mi pene introduciéndose en su ano. Así que dé gracias que consumo drogas, porque de lo contrario… ya sabe”.
            El viejo no supo qué decir, estaba descolado. Dio un ligero respingo a los segundos después y pagó con su tarjeta lo más rápido que pudo. Tomó sus bolsas y salió de ahí despavorido. La cajera me miró risueña y el día siguió como si nada.
            Lo más raro de todo, sin embargo, fue que a la semana siguiente el mismo viejo se acercó a mí, y en vez de insultarme o decirme algo pesado, me extendió un trozo de papel sin decir nada y se fue. Casi me pongo a vomitar ahí mismo cuando me di cuenta que todos los dígitos anotados en él formaban su propio número de teléfono.