–Entra, no hay
nadie –dijo Daniela, luego de abrir la puerta de su casa–. ¡Apúrate, que hace
frío! –urgió al ver que Ricardo dudaba si traspasar el umbral o no.
–Gracias.
Ricardo se sintió inundado por la sensación de
estar viviendo una situación totalmente irreal mientras traspasaba el umbral de
la casa en cuestión. Daniela le venía gustando desde hacía tiempo, y siempre
había pensado que nunca lo iba a considerar algo más que un compañero de copas
fortuito; pero ahí estaba: en su casa, pasada la medianoche, a solas con ella, achispados.
–¿Te sirvo algo?; ¿un té, un café?
–No, gracias –replicó Ricardo–. Aunque bueno, si
quieres dame un vaso de agua.
–Inmediatamente –dijo Daniela, partiendo hacia la
cocina, encendiendo todas las luces que iba encontrando en el camino. La casa
se veía amplia, ordenada y pulcramente ornamentada, llena de cuadros de Matta,
fotos familiares y esculturas de animales hechas de cerámica. Ricardo pensó
fugazmente en el buen gusto que tenían los padres de Daniela–. ¡Pasa a mi
pieza por mientras! –le gritó ella desde la cocina, al tiempo que echaba a
andar el agua del lavaplatos–. ¡Es la primera de la derecha!
Ricardo tragó saliva aprovechando que se encontraba
solo y partió hacia el lugar señalado por Daniela, encendiendo la luz apenas
tuvo el interruptor a mano. El muchacho no pudo no sorprenderse por el extremo
cuidado de la joven, quien había dispuesto todas sus muñecas de
colección por tamaño y color, al igual que sus peluches. Ricardo supo que si se
acercaba lo suficiente a los estantes donde Daniela guardaba sus libros y
discos, con toda probabilidad los encontraría estrictamente clasificados por
orden alfabético o estilo.
–Toma, aquí tienes –le dijo Daniela a su espalda, pillándolo por sorpresa-. ¡Disculpa, no quise asustarte!
–¡No, no, no te preocupes, no pasa nada!; es que
estaba mirando tus muñecas y esas cosas…
–¿Te gustan las muñecas? –quiso saber Daniela,
adoptando una expresión rara, como de asco.
–¡No, no! –se apresuró a decir Ricardo-. Es sólo
que me llama la atención el orden con el que las instalaste.
–¡Ah, sí! –La joven pareció alegrarse en un
instante–. Siempre me ha gustado mantener todo limpio y ordenado.
–Eso es muy bueno. Mi mamá hubiera dado un trozo de
su alma por tener una hija como tú.
Daniela rió por el comentario.
–¡Eres muy gracioso!
Ricardo sonrió como por toda respuesta.
–Toma, acá tienes tu vaso de agua.
–Gracias –dijo Ricardo antes de beber el agua de un
solo trago, mientras Daniela encendía la cálida luz de su mesita de noche y
apagaba la que provenía del techo para luego recostarse sobre su cama y decir:
–Ven; puedes ponerte cómodo si quieres.
–Gracias.
Ricardo se acercó a ella lo más tranquilo posible;
no fuera que se le notara su extremo nerviosismo y lo echara a perder todo.
Haciendo uso de toda su delicadeza, el muchacho se recostó a un lado de
Daniela.
Así estuvieron unos cuantos segundos en silencio,
hasta que Daniela dijo:
–Nunca pensé que fueras una persona tan genial.
–¿Piensas que soy genial? –Ricardo no pudo esconder
el dejo de sorpresa en su voz.
–¡Sí, por supuesto! –respondió la muchacha–. Sabes
un montón de cosas, haces reír a la gente y no te da miedo hacer el ridículo.
–Ya veo –Ricardo no podía creer lo último que le
había dicho Daniela.
–¡Sí, hay muy pocos hombres como tú hoy en día! Es
como si todos temieran ser ellos mismos, ser originales, auténticos.
–Me imagino.
–¿Puedes contarme un chiste?
–Eh…, no soy bueno para los chistes.
–Hazme reír.
–Te puedo hacer cosquillas.
Daniela volvió a reír por el comentario; aún se
notaba algo achispada. Ricardo, por su lado, se sentía un tanto incómodo.
–¿Y si mejor me haces otras cosas?
–¡¿Cómo?! –Ricardo estuvo a punto de dar un brinco
al escuchar su propuesta; no pudo no pensar inmediatamente en que todo eso
podía tratarse de una broma o un estúpido mal entendido.
–Vamos, no seas tonto –Y dicho esto, Daniela se
quitó su blusa con un ágil movimiento, arrojándola violentamente contra un
rincón del cuarto; Ricardo notó fugazmente cómo sus pechos bailaban, blancos,
dentro de su sostén–. Ven.
La joven entonces izó el cuerpo de Ricardo,
aferrándose firmemente de su camisa que no demoró en sacar para luego comenzar
a besarse por un buen rato, momento que ambos aprovecharon para quitarse mutuamente
las prendas que les cubrían sus torsos.
–Qué rico besas –bufó Daniela, mordiéndose el labio
inferior. Sus ojos brillaban ávidos–. Eres mejor que… ¡¿qué es eso?!
Ricardo dio un pequeño salto, totalmente asustado;
se le ocurrió que podía tener una araña de rincón bajándole por la cara en ese
mismo momento, dispuesto a picarle.
–¡¿Qué cosa, qué cosa?!
–¡Eso, ahí! –Daniela apuntó una parte específica
de su cuerpo. Ricardo reparó entonces en que ella se refería al tatuaje
que tenía en el dorso de su brazo derecho.
–¿Esto, el tatuaje? –Ricardo no podía estar
más extrañado por la situación que estaba viviendo.
–¡Sí!
–¿Qué pasa con…?
–¡¿Es el signo de Harry Potter?! –Daniela parecía
indignada–. ¡¿Es ése signo?!
–Sí, el de Las…
–¡No puedo creer que seas un maldito friki de
mierda!
Ricardo no entendía qué le sucedía a Daniela.
–¡No puedo creer que seas un maldito friki de
mierda!
–¡Hey, por qué dices eso! ¡Qué te he hecho…!
–¡Cómo mierda puedes tatuarte esa mierda de signo!
–No entiendo; qué onda; qué pasa.
–¡Mi hermana también tenía ese tatuaje, la muy
maraca!
Ricardo pensó en responderle algo, pero Daniela fue
mucho más rápida.
–¡A lesa güeona también le gustaba Harry Potter!
¡Lo sabía todo sobre Harry Potter! ¡Hasta se tatuó ese tonto signo, como tú!
¿Puedes creerlo?
Ricardo no supo qué decir.
–Mi papá siempre creyó que ella era la mosquita
muerta, la que nunca hacía nada; porque claro, siempre estaba leyendo, siempre
estaba escribiendo sobre Harry Potter o viendo esas tontas películas de mierda.
–…
–Hasta que un día conoció a mi ex, la muy zorra
–Daniela hizo un agrio silencio, pensando en las palabras con las que
continuaría–. No sé cuánto tiempo estuvieron metiéndose a mis espaldas, pero
cuando los descubrí, ya había pasado mucho.
Ricardo sintió
un poco de duda al respecto.
–¿Cómo…, cómo los descubriste?
–Por unas fotos que le encontré a mi ex en su
computadora, donde salía el tatuaje ese eyaculado.
–¿Eyaculado?
–Sí, con semen encima. En las demás salían
besándose mientras tiraban.
–…
–Fue horrible.
–¡Pero… ¿qué culpa tengo yo en esto?!
–¡La tienes por tener los mismos gustos que la
zorra de mi hermana!
–No entiendo –Ricardo sintió un repentino e
inexplicable temor.
Daniela estiró su cuerpo por sobre el suyo, posando
indiferentemente sus pechos sobre su cara; cuando volvió a su lugar de origen,
sus ojos brillaban demenciales y su mano derecha sostenía una larga tijera.
–No hay nada qué entender –Entonces la joven impulsó su cuerpo contra el de Ricardo, apuntándolo con la tijera.
Ricardo alcanzó a reaccionar justo a tiempo para
correrse y caer fuera de la cama, dándose duramente contra el suelo; ni
siquiera le bastó mirar a Daniela para saber que sus malas intenciones eran
totalmente ciertas. Se levantó de un brinco, tropezando al enredarse sus pies tontamente;
por suerte, alcanzó a llegar hasta la puerta de la habitación sin caerse ni
perder su vida, dejando atrás su camisa y su polera.
–¡No! ¡No te vayas! –Los gritos de
Daniela se hacían cada vez más furibundos; al parecer había tropezado al bajar
de la cama, mientras Ricardo, por su lado, abría la puerta del
vestíbulo de la casa para salir semi desnudo a una fría madrugada de invierno–.
¡No huyas!
El sentir la voz de Daniela más cerca que antes,
hizo que el joven se decidiera por huir de ahí lo más rápido que podía. Para
eso tomó impulso y se abalanzó contra la reja del antejardín,
subiéndolo trabajosamente hasta llegar a su cima.
–¡No te vayas, no te voy a hacer nada! –gritó
Daniela desde el umbral de la casa, tapándose ligeramente con su chaleco; pero
para cuando lo hizo, Ricardo se hallaba ya del otro lado de la reja–.
¡Disculpa! ¡En serio, no ha sido mi intención! ¡Hey, hey, no te vayas! ¡Por
favor, no se lo digas a nadie…!
Pero Ricardo se encontraba lejos corriendo calle
abajo, muerto de frío, con su tatuaje de Las Reliquias de la Muerte brillando
bajo la luz naranja de los faroles, maldiciendo su gusto por las sagas de
ficción que no todos toleraban.