Historia #198: Erección invertida



Me tocó empacarle las compras del supermercado a una mina súper bonita, estupenda, y como sólo podemos darle una bolsa plástica (producto de una ordenanza municipal que busca erradicarlas por completo), me dijo que lo echara todo adentro, que no tenía importancia porque andaba en auto y tal. Pucha, la loca la raja, pensé, feliz de que por fin me tocara una persona buena onda después de tantos viejos hijos de puta que no entendían este buen gesto para con el ecosistema. Pero cuando terminé de echarle las cosas en la bolsa (con una latiente y poderosa erección entre mis piernas) me dijo: “oh, qué bien, cabió todo adentro”, y yo sentí que todos los centímetros ganados en grosor y altura, se convertían ahora en estrechez y profundidad. Me dio unas monedas de propina y corrí al baño para cerciorarme de lo ocurrido: ahí, frente a mis ojos, donde debió estar mi pene, se hallaba ahora un vacío hondo y extraño, y yo no pude creerlo: su error gramatical me mató tanto las pasiones, que mi pobre pene no pudo hacer otra cosa más que esconderse y refugiarse de su vista. Hizo falta más de media hora de cariño y dedicación para que éste volviera a asomarse y continuar con todo como si nada hubiera pasado.
            “Ya, ya, querido”, le dije con ternura. “Para la otra me taparé los oídos”.