Historia #47: Otra que muerde el polvo



En el supermercado en el que trabajo, frecuenta mucho una señora con unos verdaderos modales de mierda: nunca saluda, nunca se despide, y lo que es peor, nunca nos da propina; es como si fuera muda, una vieja muda de mierda que se llena siempre, todos los días, de bolsas plásticas. Por un tiempo decidimos no atenderla, viendo cómo la muy estúpida se enredaba entre sus propias compras, pero después de un buen tiempo nos penalizaron por no cumplir con nuestra verdadera función como empacadores del supermercado. Así fue que un día tuve que atenderla, a pesar de toda la rabia que sentí, para tener que mirarla de frente y decirle buenos días con la cara más tonta posible; la hija de puta, como siempre, ni siquiera me miró mientras le extendía los billetes a la cajera frente a mí; lo dejé pasar y le extendí las bolsas con sus compras. Entonces sucedió lo impensado: al recibir sus cosas, me echó una moneda a la mano en el breve lapso que alcanzó a estar extendida, y se marchó (como era de esperar) sin despedirse. Estaba maravillado, profundamente iluminado, hasta que me di cuenta que era una pequeña moneda de un centavo estadounidense.
Ahí fue que algo se rompió dentro de mí, haciéndome tomar su cabeza para terminar estrellándola contra el duro y limpio piso del recinto.
¡Ah, cómo sonaron esos huesos quebrándose…!
La gente cercana se impresionó al ver la escena, tapándose la boca con las manos y todo eso, así como las tías del aseo me insultaron al comprobar que tenían más trabajo qué hacer, después de todo, pero al cabo de un rato, todos siguieron con sus cosas como si nada hubiera pasado. Y bueno, es que nadie en realidad echa de menos a alguien con tan malos modales…