Como llamaban a la puerta y
parecía no haber nadie en casa para contestar, lancé una fuerte maldición (para
que la persona quien buscaba se percatara que no era bienvenido a esas horas de
la mañana), me puse mis pantuflas de patas de oso y caminé por el pasillo con
los dientes castañeando, muerto de frío. Me sorprendió mucho ver del otro lado
de la puerta a un hombre de excelente complexión física vestido con una curiosa
armadura de metal gastada y un casco que impedía ver cualquier rasgo y
expresión de su cara. Era, cómo no, uno de esos famosos cazarrecompensas que
anunciaban los comerciales por la tele.
−¿Sí, diga? −le pregunté con cara de pocos amigos.
−Hola, buenos días –saludó él−. Me gustaría saber si se
encuentra el señor P. Gálvez.
−Ah, mi papá −dije−. ¿Quiere hablar con él?
−Me temo que sí −balbuceó el hombre, como si se sintiera
algo avergonzado−. Dile que vengo de parte de Samuel Maluenda, por favor.
¿Samuel Maluenda?, pensé; el nombre me sonaba de algún
lugar, pero no sabía de dónde. Le dije al tipo que volvería enseguida y lo dejé
esperando ahí mientras iba al cuarto de mi padre para despertarlo y darle el
recado.
Como la puerta
de su pieza se encontraba cerrada, golpeé unas tres veces antes de darme cuenta
que con toda seguridad ésta se hallaba vacía. Así que sin temor a encontrármelo
haciendo algo extraño en calzoncillos, bailando canciones de Erasure sobre la
cama o practicando la coreografía de Fiesta
en América de Chayanne, entré en el cuarto para corroborar lo que tenía en
mente: la cama estaba sin hacer, con la ropa que había vestido el día anterior
desperdigada por todo el suelo, la ventana del fondo abierta de par en par y las
cortinas flameando al ritmo del frío viento de afuera.
−Conque ha huido
−dijo una voz pasando al lado mío; naturalmente era el cazarrecompensas, acercándose
a un calzoncillo del suelo para luego olisquearlo; desde el punto en el que me
encontraba parado, pude notar una mancha negra en ellos, aún algo fresca−.
Samuel no se alegrara mucho por esto, pero tal vez con este detalle baste por
ahora.
−¿Está
guardando los calzoncillos de mi papá en su morral? −le pregunté al tipo sin
poder creer lo que veía.
−Es para
demostrarle a don Samuel que voy detrás de la pista del rufián éste.
−¿Con rufián se
refiere a mi papá, cierto? –quise saber.
−Sí, me refiero
a tu papá.
Le pregunté que
qué había hecho para que alguien llegara a contratar a un cazarecompensas como
él para querer capturarlo.
−No lo tengo
muy claro −me dijo−, pero tiene relación con un videojuego.
−¿Un videojuego?
–repetí sin poder creerlo muy bien.
−Sí, un
videojuego.
−Qué locura…
−Así es. Así
que si ves a tu papá, dile que ando tras su pista.
−¿Me puede
decir qué es lo que le va a pasar si no lo hago?
El hombre se
quedó reflexionando un rato.
−Eh…, no sé…, digamos…,
le daré su merecido.
−¡Oh, Dios, no!
−Así que mejor
dile −me advirtió el tipo−, sino quieres quedarte huérfano.
Y finalizado
esto, el hombre saltó como si fuera a lanzarse en clavado contra una piscina,
se mantuvo en posición horizontal gracias a unos propulsores en su espalda, y
salió por la ventana que mi papá había dejado abierta casi tan rápido como una
exhalación.
Pasaron cinco
segundos antes que aparecieran dos brazos debajo de la cama, seguidos de una
cabeza y el cuerpo de mi papá.
−¿Qué significa
todo esto? −le pregunté.
−Una larga
historia −me dijo, sacudiéndose el polvo de sus peludas piernas−. Ahora lo que
tienes que hacer es empacar tus cosas y prepararte para irnos lejos.
−¿Y mamá y
hermana? –quise saber.
−Pasaremos por
ellas antes que sea demasiado tarde −Mi papá me miró con expresión enigmática−.
Así que mejor prepárate, porque quizá estaremos unos buenos días viviendo en la
carretera.
Oh, genial, pensé esbozando una ligera sonrisa. Después
de todo, cualquier cosa es mejor que ir a clases.