Historia #150: Visita matinal ("Nos sigue un cazarrecompensas #2")



Como llamaban a la puerta y parecía no haber nadie en casa para contestar, lancé una fuerte maldición (para que la persona quien buscaba se percatara que no era bienvenido a esas horas de la mañana), me puse mis pantuflas de patas de oso y caminé por el pasillo con los dientes castañeando, muerto de frío. Me sorprendió mucho ver del otro lado de la puerta a un hombre de excelente complexión física vestido con una curiosa armadura de metal gastada y un casco que impedía ver cualquier rasgo y expresión de su cara. Era, cómo no, uno de esos famosos cazarrecompensas que anunciaban los comerciales por la tele.
            −¿Sí, diga? −le pregunté con cara de pocos amigos.
            −Hola, buenos días –saludó él−. Me gustaría saber si se encuentra el señor P. Gálvez.
            −Ah, mi papá −dije−. ¿Quiere hablar con él?
            −Me temo que sí −balbuceó el hombre, como si se sintiera algo avergonzado−. Dile que vengo de parte de Samuel Maluenda, por favor.
            ¿Samuel Maluenda?, pensé; el nombre me sonaba de algún lugar, pero no sabía de dónde. Le dije al tipo que volvería enseguida y lo dejé esperando ahí mientras iba al cuarto de mi padre para despertarlo y darle el recado.
Como la puerta de su pieza se encontraba cerrada, golpeé unas tres veces antes de darme cuenta que con toda seguridad ésta se hallaba vacía. Así que sin temor a encontrármelo haciendo algo extraño en calzoncillos, bailando canciones de Erasure sobre la cama o practicando la coreografía de Fiesta en América de Chayanne, entré en el cuarto para corroborar lo que tenía en mente: la cama estaba sin hacer, con la ropa que había vestido el día anterior desperdigada por todo el suelo, la ventana del fondo abierta de par en par y las cortinas flameando al ritmo del frío viento de afuera.
−Conque ha huido −dijo una voz pasando al lado mío; naturalmente era el cazarrecompensas, acercándose a un calzoncillo del suelo para luego olisquearlo; desde el punto en el que me encontraba parado, pude notar una mancha negra en ellos, aún algo fresca−. Samuel no se alegrara mucho por esto, pero tal vez con este detalle baste por ahora.
−¿Está guardando los calzoncillos de mi papá en su morral? −le pregunté al tipo sin poder creer lo que veía.
−Es para demostrarle a don Samuel que voy detrás de la pista del rufián éste.
−¿Con rufián se refiere a mi papá, cierto? –quise saber.
−Sí, me refiero a tu papá.
Le pregunté que qué había hecho para que alguien llegara a contratar a un cazarecompensas como él para querer capturarlo.
−No lo tengo muy claro −me dijo−, pero tiene relación con un videojuego.
−¿Un videojuego? –repetí sin poder creerlo muy bien.
−Sí, un videojuego.
−Qué locura…
−Así es. Así que si ves a tu papá, dile que ando tras su pista.
−¿Me puede decir qué es lo que le va a pasar si no lo hago?
El hombre se quedó reflexionando un rato.
−Eh…, no sé…, digamos…, le daré su merecido.
−¡Oh, Dios, no!
−Así que mejor dile −me advirtió el tipo−, sino quieres quedarte huérfano.
Y finalizado esto, el hombre saltó como si fuera a lanzarse en clavado contra una piscina, se mantuvo en posición horizontal gracias a unos propulsores en su espalda, y salió por la ventana que mi papá había dejado abierta casi tan rápido como una exhalación.
Pasaron cinco segundos antes que aparecieran dos brazos debajo de la cama, seguidos de una cabeza y el cuerpo de mi papá.
−¿Qué significa todo esto? −le pregunté.
−Una larga historia −me dijo, sacudiéndose el polvo de sus peludas piernas−. Ahora lo que tienes que hacer es empacar tus cosas y prepararte para irnos lejos.
−¿Y mamá y hermana? –quise saber.
−Pasaremos por ellas antes que sea demasiado tarde −Mi papá me miró con expresión enigmática−. Así que mejor prepárate, porque quizá estaremos unos buenos días viviendo en la carretera.
Oh, genial, pensé esbozando una ligera sonrisa. Después de todo, cualquier cosa es mejor que ir a clases.