Nunca había ido a un psicólogo antes, por lo
tanto no sabía qué decirle exactamente a la mujer que tenía al frente, quien
por su lado no dejaba de mirarme tras su escritorio lleno de ordenadas agendas
y fotos enmarcadas de su familia. Tenía esa mirada de indiferencia camuflada,
como si sus ojos inevitablemente me dijeran en contra de cualquier deseo suyo:
“no hables, si quieres, me da lo mismo: de todas formas tu tiempo aquí vale oro
en mis bolsillos”.
Debió haberse dado cuenta que no sabía sobre qué hablar, porque se acomodó en
su silla y me preguntó, sin dejarme de dirigir aquella particular mirada:
−¿Es primera vez que vienes a un psicólogo, cierto?
−Sí, es mi primera vez −Hubo un momento de silencio que le pareció incomodar un
poco; no supe qué más agregar. Podría haberle dicho que mi mamá prácticamente
me había engañado para llegar hasta su consulta, diciéndome que me iba a hacer
una especie de regalo sorpresa muy especial si la acompañaba hasta donde tenía
que ir; en mi mente infantil había pensado que tal vez me iba a llevar a una
librería para comprar libros o algo por el estilo, sin embargo, cuando vi que
manejaba en dirección contraria al Centro de la Ciudad, supe que había
caído en su trampa y que ya era muy tarde para bajarme de su auto sin que me
rompiera una pierna o me pasaran los demás vehículos por encima. Sólo me
resigné y me hice una marca en mi mano con las uñas a modo de recordatorio para
vengarme de ella apenas tuviera la oportunidad. Podría haberle dicho eso y más,
pero nada de lo que pensé salió de mi boca.
−Entonces no sabes cómo funciona esto, ¿no?
−No, no lo sé.
−Bueno, puedes hablarme de lo que sea −La mujer hizo una pausa en la que fingió
hacer trabajar su cerebro para darme buenos ejemplos con los cuales poder
empezar la sesión−. Puedes hablarme de tu novia, por ejem…
−No tengo novia −me apresuré a responderle−. Descubrí que mi mejor amigo se la
follaba.
La psicóloga abrió ligeramente los ojos con un aire mojigato, como si no
pudiera creer la respuesta que le había dado.
−Pero no es por eso que me trajeron hasta aquí, no −me apuré en explicar−. En
realidad ni siquiera sé por qué lo hicieron. Mi mamá sólo lo hizo.
−Entonces no sabes…
−Sí, no lo sé.
−Ya veo.
Se notaba que la había pillado por sorpresa: acostumbrada a encontrarse siempre
con personas con ganas de mejorar su vida gracias a sus consejos y notas en su
agenda, tal vez no creyó posible que un adolescente como yo viniera a darle tantos
dolores de cabeza.
Meditó un poco y me dijo:
−Háblame de tus sueños −Aquello me pilló desprevenido−. Podríamos empezar por
hablar de tus sueños. ¿Los recuerdas?
−Sí, claro que los recuerdo −repliqué−. Nunca se me olvidan.
−Es que hay gente que suele no acordarse de ellos a la mañana siguiente −dijo
la mujer, dándome a entender que la cosa no era tan lógica como parecía−. ¿Qué
tipos de sueños tienes?
Hice una pausa en la que ordené mis ideas.
−Son raros –comencé−. Algunos son en blanco y negro, y casi siempre hay arañas,
ratas o serpientes mordiéndome los brazos o la cara. ¡Hasta una vez intenté
salvar un gato atropellado que terminó por sacarme un ojo con una de sus
zarpas!
La psicóloga me examinó desde su escritorio con un gesto reprobador. Se removió
en su silla cambiando el peso de sus piernas ligeramente cruzadas.
−¿Pero ves personas en tus sueños?; me refiero a humanos como tal… ¿o siempre
vez arañas, ratas, o lo que sea tratando de hacerte daño?
−Bueno, no siempre. A veces sueño que follo con mujeres famosas, como con Katy
Perry o Chloë Grace Moretz…
−¿Chloë Grace qué?
−Moretz. Es el apellido de una actriz de Hollywood y esas cosas. No puedo
evitarlo. Simplemente lo sueño, créame.
La mujer esbozó una sonrisa, lo que me dio a entender que con toda seguridad no
sabía quién era Chloë Grace Moretz ni cuántos años de diferencia separaban
nuestras edades.
−¿Y tienes otros sueños con personas en
que veas a tus padres, a tus amigos, o alguien conocido?
No supe qué decir: para ser sincero, raras veces tenía sueños con mi familia;
no obstante, recordé justamente algo que había soñado hacía un par de semanas.
−Sabe, hace unos días soñé con un amigo; mi mejor amigo, digo −La psicóloga
sonrió sorpresivamente, enseñando sus dientes, dándome un claro indicio de que
sus demás sonrisas habían sido tan falsas como su buena onda.
−¿Qué sucedía en ese sueño? Cuéntame.
−Bueno, soñé que despertaba en una especie de frigorífico, como uno de esos en
que mantenían criogenizado a Austin Powers en su primera película −La mujer me
miró de una manera insondable, como si no supiera de qué hablaba. Me dio lo
mismo−. Intuyo que me descongelaron, porque cuando tuve conciencia de lo que
hacía, ya estaba desnudo y muerto de frío en una habitación blanca y extraña,
con muebles de metal y de bordes redondos y otros cuantos instrumentos
tecnológicos que jamás supe qué eran… ¿Cómo puedo soñar con cosas que sé que no
existen?
−Tu mente configura recuerdos e imágenes que han tenido contacto contigo de
forma inconsciente en tu diario vivir −dijo la psicóloga, con su aire de
sabelotodo−. Probablemente hayas visto todas esas cosas en alguna película, o
algo por el estilo. Es como cuando sueñas con personas que crees que no
conoces, pero que en realidad has visto pasar al lado tuyo en la calle y en las
que ni siquiera has reparado.
−Ah… Bueno, el asunto es que alguien grita a lo lejos (no le veo la cara): “¡se
ha despertado!”, y entonces comienzo a escuchar a una persona acercarse a mí.
Como estoy algo aturdido por haber sido descongelado hace poco rato, no consigo
ver con claridad quién viene; sólo distingo una sombra que se acerca
relajadamente. No siento temor ni nada, sólo una especie de ligera expectación,
como en la mayoría de mis sueños… ¿está bien sentir eso?
−No, no, está bien −se apresuró a responder la psicóloga, algo nerviosa−. Por
favor, prosigue. Quiero escucharlo todo.
−Okey −Hice una pausa para aclararme la voz−. Resulta que el tipo que venía
hacia mí era mi mejor amigo, y venía vestido todo raro, como un general del
ejército futurista. Me sonreía.
»Le pregunté que qué mierda hacía ahí (perdone mi expresión, pero eso
fue exactamente lo que le pregunté), que no sabía dónde estaba y que por favor
me explicara por qué todo parecía tan raro, como si fuera otra época. Entonces
él me dijo: “amigo, estamos en el futuro; te congelamos para evitar que
murieras en el pasado”.
−¿Soñabas con el futuro, entonces? −me interrumpió la mujer.
−Sí, con el futuro. Es por eso que todas las cosas que nos rodeaban parecían
ser de otro mundo.
»En fin, cuando mi amigo, el general futurista, me mencionó que me
habían salvado de la muerte, quise saber qué había pasado conmigo, lo que es
obvio, ¿no? Me dijo: “tuviste una seria disputa con una de tus ex en la calle.
Naturalmente, iba mucho mejor preparada que tú, por lo que no le costó
apuñalarte unas veinte veces y hacer parecer todo como si hubiese sido un
suicidio”.
−Espera −me detuvo la mujer−. ¿Me estás contando literalmente todo lo que te
dijo tu amigo en tu sueño? −Parecía un poco sorprendida.
−Sí, así es. Y no piense que soy mentiroso −añadí al ver su cara de “no te lo
creo para nada”−: tengo la tendencia de grabarme hablando sobre mis sueños
apenas despierto, para que no se me olviden.
La psicóloga anotó algo que no pude ver en su agenda. Luego hizo un gesto con
su cabeza para que continuara con mi relato.
−Eso no fue todo lo que dijo mi amigo. Me siguió contando que por esas
casualidades de la vida, él se había topado con mi cadáver arrojado en la
famosa plaza de mala muerte donde suelen reunirse los travestis en esta ciudad.
−¿Y qué hizo con él?; me refiero a tu cuerpo, claro.
−Lo llevó hasta su casa para experimentar. Raro, ¿no?: mi amigo jamás ha
mostrado mucho interés por la ciencia en la vida real, pero en el sueño resultó
ser el maldito Einstein de la criogenización.
−¿Cómo es eso…?
−Bueno, resulta que el título de general se lo dieron a modo de condecoración
por haber realizado la primera criogenización revitalizadora del mundo; yo fui
su conejillo de indias.
El semblante de la psicóloga se estaba poniendo cada vez más pálido y rígido.
−Y también por haber propuesto una ley que repercutió en todo el país.
−¿Por haber propuesto una ley?
−Sí, una ley −respondí−. Mi amigo me dijo que mi muerte lo había afectado
tanto, que se vio en la necesidad de ir hasta el Congreso para hacer una
campaña a favor de una ley que pudiera diezmar a las mujeres que mataban
cruelmente a hombres como yo. Y creo que dio resultado, ¿sabe?
−¿Por qué? −Su cara reflejaba un horror apenas contenido−. ¿Por qué dio
resultado?
−Esto fue lo que más me llamó la atención. Cuando le pregunté a mi amigo que
dónde estábamos, me dijo que en el presente, pero que todo había evolucionado
drásticamente gracias a la ley que permitía matar al menos una mujer por mes.
En ese momento vi cómo la psicóloga casi se cae de espaldas en su asiento, sin
poder contener un gritito que más pareció un gruñido de gato.
−¿Le pasa algo, doctora? −quise saber.
Ella no supo qué decir en un principio.
−¿Es verdad todo lo que me estás contando, cierto?
−Usted me dijo que le contara lo que soñaba, ¿no? −le dije, alzando mis
hombros.
−¿Y sueñas comúnmente con cosas como ésta?
−Le dije que no. Por lo general, sueño con serpientes, ratas y arañas que me
muerden y pican sin darme descanso. No, esto fue algo poco común, porque pocas
veces sueño con personas.
−Vaya…
−Y eso no es todo, doctora, porque el sueño no termina ahí.
»Cuando mi amigo me cuenta todo esto, simplemente no le creo. Le digo:
“ya, ¿en serio?”, y él me dice: “sí, es en serio”. En eso veo que una mujer se
acerca a nosotros con un montón de toallas, seguramente para secar mi cuerpo
aún medio congelado y dolorido.
»”Mira, ¿quieres comprobar si es verdad?”, me pregunta, y antes de
responderle cualquier cosa, desenfunda rápidamente una pistola de su uniforme y
gira sobre sus talones para darle de lleno en el pecho a la mujer que venía con
las toallas. Fueron nueve disparos que prácticamente la pulverizaron. Debo
aceptar que quedé descolocado.
La psicóloga no comentó nada.
−Entonces me dijo: “ves, este es un mundo nuevo donde las cosas se han puesto
un poquito moviditas”,
y comenzó a reírse así: “jijijijijijijijijijijiji”, y desperté… riéndome de
aquella manera sin poder controlarlo… Extraño, ¿no?
La psicóloga continuó sin decir nada.
−Luego, como ya sabe, tomé mi celular y comencé a grabarme narrando el sueño
que acababa de tener.
−¿Y qué… qué piensas de ello? –se dignó por fin a decir la mujer.
−Que fue un sueño bastante raro, evidentemente.
−¿Solamente eso?
−¿Debería pensar algo más de un simple sueño?
−…
−¿Le pasa algo, doctora?
−No, nada… No me pasa nada −La mujer se levantó de su asiento algo temblorosa.
Sus manos tiritaban un poco. Probablemente no esperaba encontrarse con nada de
lo que le había dicho−. Creo que nuestra sesión ha acabado…
−¡Pero si sólo llevamos veinte minutos aquí! ¡Me estaba empezando a divertir,
lo juro!
−¡He dicho que ha acabado! –De su boca saltó un poco de saliva. No podía creer
lo descompuesta que se veía−. Cuando salgas, dile a mi secretaria que venga
aquí… por favor.
−¿Entonces esto es todo?
−Sí, esto es todo.
−¿Nos veremos en otra sesión?
−Tendría que hablarlo con tu mamá.
−Bien, bien.
−Hasta luego.
−Hasta luego.
Cuando salí del despacho de la psicóloga, mi mamá se levantó impaciente de su
asiento y dio un par de zancadas para llegar a mi lado y preguntarme:
−¿Cómo te fue?
−Bien, mamá, pero para la otra vez que quieras traerme a un psicólogo, no me
engañes: dímelo.
−Pero es que pensé que te ibas a… En fin. ¿Qué fue lo que te preguntó la
psicóloga ahí dentro?
−Me preguntó sobre mis sueños.
−¿En serio?
Mi mamá me miró con esa expresión de disimulado temor.
−¿Y te gustó? −quiso saber.
−Sí –dije−. Y mucho.