Historia #10: Entra mi abuelo




Estábamos con el Fabián y el Mauro esperando a que el Roberto se desocupara de no sé qué cosa. No recuerdo bien qué hacíamos, pero de tan pegados que estábamos, lo único que atiné fue a decirles que miraran al espejo que teníamos en frente, para sacarnos una foto y así inmortalizar nuestros rostros con aspecto de culo de simio con diarrea que teníamos: la primera salió borrosa, al igual que la segunda, pero la tercera, tal y como dice el famoso dicho, resultó perfecta.
Sin embargo, cuando fuimos a verla desde la pantalla de mi celular, juntando todos nuestras cabezas, el Mauro dijo: ¡güeón, qué güeá esa güeá!, apuntando a un lugar específico de la foto.
Miramos mejor y ahí lo vimos: borroso, con un resplandor casi celestial, se encontraba el fantasma de mi abuelo sobrevolando nuestras espaldas, con la cabeza un poco ladeada y fumando un gigantesco pito de marihuana, echando una enorme bocanada de humo por su boca y levantando ambos dedos del medio, dirigiéndose claramente hacia nosotros.
Entonces nos quedamos en silencio, sin saber qué decir.
La intención y el mensaje de mi abuelo eran claros, y sé que mis amigos lo comprendieron de la misma manera que yo: quería decirnos que nos jodiéramos a nosotros mismos por ser unos perdedores maricuecas que no dejaban de lucir lo que en otros tiempos no se lucía y se hacía en completo silencio, con eso de las fotos auto sacadas y toda la basura que a veces hacíamos para llamar la atención de los demás en un mundo casi tan falso como la misma inocencia del Generalísimo. Vaya, vaya, de esta foto no aprendimos nada.
Lo siento, abuelo.