Soñé que nos perdíamos en
una micro rumbo a una fiesta muy lejos, con todos nuestros amigos sentados en
los asientos al lado, aquellos que nos quieren separados y los pocos que nos
siguen queriendo juntos. No lo entendí muy bien, pero en determinado momento
nos disgustamos y decidí dar un paso al lado y bajarme de la micro en el primer
paradero que se nos presentó en el camino; afuera el cielo era de un negro
despiadado, como si en realidad fuera sólo vacío y nada más que eso; tampoco se
veían más transeúntes ni otros vehículos para volver a casa. Cuando me
arrepentí de haberme ido de tu lado, la micro decidió partir dejándome solo, a
la deriva. Ahí no tenía nadie con quien hablar ni a nadie a quien pedirle ayuda
para volver a casa, donde probablemente me sentiría seguro, más seguro que bajo
ese horrible cielo oscuro y sin estrellas. Me senté en un rincón, al borde de
las lágrimas, y comencé a escuchar unas voces rasposas que no dejaban de
reírse. El viento frío de la noche entró por la ventana y pude volver en sí de
nuevo; estaba en tu cuarto, unos tipos tomando vino y cerveza afuera de ésta,
en la calle en plena madrugada; y ahí estabas tú, durmiendo y soñando conmigo
lejos, apretujada entre mis brazos y mi pecho. Tomé las sábanas y cubrí
nuestros cuerpos sudorosos por las imágenes de nuestras pesadillas y te abracé,
te abracé lo más fuerte que pude. Aún quedaban un par de horas para que saliera
el sol y tuviera que desaparecer como las sombras barridas por sus primeros e
implacables rayos.