En La Serena hay una
conocida prostituta travesti muy parecida a Triple H (famoso personaje de la
lucha libre internacional) acostumbrada a ofrecer su cuerpo al mercado sexual
en la esquina de una amplia y famosa plaza, una cuadra más allá del lugar donde
debía recoger a una amiga después de su trabajo, por la noche.
Estaba escuchando música con los audífonos puestos,
sentado en las escaleras de la entrada del edificio, cuando Triple H pasó por
ahí y se me acercó. Venía tomando una lata de cerveza con aire indiferente,
totalmente calmado.
−Oye, ¿no tení’ un puchito que me regalí’? –me dijo con
su voz forzadamente aflautada.
−No, amiga, no tengo.
−¿Y una monedita?
Rebusqué en los bolsillos de mi pantalón y le pasé cuatro
monedas de cien pesos.
−¡Gracias! –La prostituta las tomó con sus manos grandes
y ásperas. Entonces me preguntó−: ¿Qué hací’ acá sentado?
−Espero a que una amiga salga del trabajo.
−Ah, o sea que hoy día vai’ a culiar, ¿o no?
−No pasa na’ –le dije−. Somos amigos. Yo no hago esas cosas
con mis amigas.
−Ya, culiao’, y yo nací ayer –Me hizo una mueca con la
cara, arrugándola−. Todos quieren culiar en este mundo, nadie se salva, ni los
amigos con amigos –Y dándole un trago a su lata, añadió−: ¿No te gustaría
metérmelo? Igual estai’ piola y te veí’ como si no huierai’ culiao’ en meses.
Ya, mejor ven pa’cá, que arreglamos esto de inmediato.
−¡No, no, gracias –le respondí, tratando de escapar del
brazo que estaba alargando para tomarme−, de verdad que no quiero! Pero me hace
sentir muy halagado con lo que me dice, en serio.
−Oye, si te voy a dar el servicio gratis, oh, no te
preocupís por la plata.
Cuando ya no sabía qué hacer para que Triple H me dejara
tranquilo, justamente apareció mi amiga por uno de los costados de la calle.
Nos miró sin comprender muy bien qué ocurría.
−¿Hola? –nos saludó, dudosa.
−Ah, hola –la saludó Triple H, quitándome sus grandes
manos de encima−. ¿Eres la amiga de este esperpento?
−Así es –respondió mi amiga.
−Ah, y yo que pensaba que esperaba a otra persona –Triple
H se tranquilizó un poco; bebió otro sorbo de su cerveza−. No sabía que eran
amigos.
−¿Se conocen? –quise saber.
−Siempre conversamos un rato antes de irme pa’ la casa
–dijo mi amiga.
−Y yo antes de irme al trabajo –agregó la prostituta travesti−.
A todo esto, ¿no tení’ un puchito que me regalí’?
Mi amiga rebuscó en su cartera hasta dar con un paquete
de cigarros medio vacío. Extrajo uno para ella y otro para Triple H y encendió
los dos con su mechero.
−Gracias, güachita –agradeció ésta última, dándole una
profunda calada al suyo−. ¿Qué van a hacer ahora?
−Vamos a comer, tomar unas cervezas por ahí y después ir
a bailar a una de esas discos de música alternativa –dijo mi amiga.
−Ah, ya –balbuceó Triple H−. Que les vaya bien, entonces
–Y sin quitarme la vista encima, añadió con voz baja−: No se olviden nunca de
culiar cada vez que puedan. ¡Recuérdenlo; no desaprovechen sus oportunidades!
Y dicho esto, Triple H continuó con su camino hasta la
plaza fumando y dándole el término a su lata de cerveza, arrojándola a un tacho
de basura unos cuantos metros más allá.
−Ese travesti es muy gracioso –dijo mi amiga, con tono
jocoso−. ¿De qué te hablaba mientras me esperabas?
−De nada –le dije−. Cosas de travestis.
−Es buena onda, ¿cierto?
−Sí, muy buena onda… a su manera, claro.
−Me imagino.
−Oye, ¿ya sabes a qué pub iremos? –le pregunté a mi
amiga.
−¡Sí! –me dijo−. Pero primero vamos a comer algo, que
muero de hambre. Después podríamos ir al Bar Ibérico a tomar unas cervezas y
luego tratar de entrar en la disco ésa, a ver si nos hacen un precio por los
dos y…
Pero yo ya no la escuchaba: le prestaba más atención a
mis pensamientos y a la cantidad estimada de cerveza necesaria para hacer que
sus defensas-de-amiga se fueran al carajo y yo pudiera por fin poner mi pene en
ella. Triple H tenía toda la razón conmigo: si estaba ahí, muriéndome de frío
sentado en esas escaleras, esperando como un tonto a que mi amiga saliera del
trabajo, era por algo, por eso mismo que todo el mundo quiere y calla como si
fuera la cosa más vergonzosa del mundo. Triple H, a todas luces, sabía un
montón al respecto.