Historia #172: Triple H dijo



En La Serena hay una conocida prostituta travesti muy parecida a Triple H (famoso personaje de la lucha libre internacional) acostumbrada a ofrecer su cuerpo al mercado sexual en la esquina de una amplia y famosa plaza, una cuadra más allá del lugar donde debía recoger a una amiga después de su trabajo, por la noche.
            Estaba escuchando música con los audífonos puestos, sentado en las escaleras de la entrada del edificio, cuando Triple H pasó por ahí y se me acercó. Venía tomando una lata de cerveza con aire indiferente, totalmente calmado.
            −Oye, ¿no tení’ un puchito que me regalí’? –me dijo con su voz forzadamente aflautada.
            −No, amiga, no tengo.
            −¿Y una monedita?
            Rebusqué en los bolsillos de mi pantalón y le pasé cuatro monedas de cien pesos.
            −¡Gracias! –La prostituta las tomó con sus manos grandes y ásperas. Entonces me preguntó−: ¿Qué hací’ acá sentado?
            −Espero a que una amiga salga del trabajo.
            −Ah, o sea que hoy día vai’ a culiar, ¿o no?
            −No pasa na’ –le dije−. Somos amigos. Yo no hago esas cosas con mis amigas.
            −Ya, culiao’, y yo nací ayer –Me hizo una mueca con la cara, arrugándola−. Todos quieren culiar en este mundo, nadie se salva, ni los amigos con amigos –Y dándole un trago a su lata, añadió−: ¿No te gustaría metérmelo? Igual estai’ piola y te veí’ como si no huierai’ culiao’ en meses. Ya, mejor ven pa’cá, que arreglamos esto de inmediato.
            −¡No, no, gracias –le respondí, tratando de escapar del brazo que estaba alargando para tomarme−, de verdad que no quiero! Pero me hace sentir muy halagado con lo que me dice, en serio.
            −Oye, si te voy a dar el servicio gratis, oh, no te preocupís por la plata.
            Cuando ya no sabía qué hacer para que Triple H me dejara tranquilo, justamente apareció mi amiga por uno de los costados de la calle. Nos miró sin comprender muy bien qué ocurría.
            −¿Hola? –nos saludó, dudosa.
            −Ah, hola –la saludó Triple H, quitándome sus grandes manos de encima−. ¿Eres la amiga de este esperpento?
            −Así es –respondió mi amiga.
            −Ah, y yo que pensaba que esperaba a otra persona –Triple H se tranquilizó un poco; bebió otro sorbo de su cerveza−. No sabía que eran amigos.
            −¿Se conocen? –quise saber.
            −Siempre conversamos un rato antes de irme pa’ la casa –dijo mi amiga.
            −Y yo antes de irme al trabajo –agregó la prostituta travesti−. A todo esto, ¿no tení’ un puchito que me regalí’?
            Mi amiga rebuscó en su cartera hasta dar con un paquete de cigarros medio vacío. Extrajo uno para ella y otro para Triple H y encendió los dos con su mechero.
            −Gracias, güachita –agradeció ésta última, dándole una profunda calada al suyo−. ¿Qué van a hacer ahora?
            −Vamos a comer, tomar unas cervezas por ahí y después ir a bailar a una de esas discos de música alternativa –dijo mi amiga.
            −Ah, ya –balbuceó Triple H−. Que les vaya bien, entonces –Y sin quitarme la vista encima, añadió con voz baja−: No se olviden nunca de culiar cada vez que puedan. ¡Recuérdenlo; no desaprovechen sus oportunidades!
            Y dicho esto, Triple H continuó con su camino hasta la plaza fumando y dándole el término a su lata de cerveza, arrojándola a un tacho de basura unos cuantos metros más allá.
            −Ese travesti es muy gracioso –dijo mi amiga, con tono jocoso−. ¿De qué te hablaba mientras me esperabas?
            −De nada –le dije−. Cosas de travestis.
            −Es buena onda, ¿cierto?
            −Sí, muy buena onda… a su manera, claro.
            −Me imagino.
            −Oye, ¿ya sabes a qué pub iremos? –le pregunté a mi amiga.
            −¡Sí! –me dijo−. Pero primero vamos a comer algo, que muero de hambre. Después podríamos ir al Bar Ibérico a tomar unas cervezas y luego tratar de entrar en la disco ésa, a ver si nos hacen un precio por los dos y…
            Pero yo ya no la escuchaba: le prestaba más atención a mis pensamientos y a la cantidad estimada de cerveza necesaria para hacer que sus defensas-de-amiga se fueran al carajo y yo pudiera por fin poner mi pene en ella. Triple H tenía toda la razón conmigo: si estaba ahí, muriéndome de frío sentado en esas escaleras, esperando como un tonto a que mi amiga saliera del trabajo, era por algo, por eso mismo que todo el mundo quiere y calla como si fuera la cosa más vergonzosa del mundo. Triple H, a todas luces, sabía un montón al respecto.