Ir al trabajo bajo los
efectos de las drogas es un infierno.
No falta que tu jefe te diga: “¡hey, ¿qué te pasó en los
ojos?!; ¿estuviste soldando?”. Y por lo mismo tener que responderle: “es que
estuve llorando…, usted sabe, mi depresión” y quedar como un tipo más patético
de lo que aparentas.
O que llegue un cliente y del otro lado de la caja
registradora te pregunte: “señor, ¿a usted lo dejan trabajar drogado?”,
viéndote en la obligación de responderle: “no, caballero, no estoy drogado”
justo en el momento en que tu jefe te está mirando lo suficientemente atento
como para acercarse a ti y decirte, un poco alterado: “¿con quién estás
hablando?”, cosa que te hace sentir algo extrañado, porque es obvio, estás
hablando con un cliente del otro lado de la caja registradora, pero al segundo
que vuelves a mirar al frente, esa persona ya no está, probablemente nunca haya
estado ahí, y tú quedas: “oh, la media volá”, y entonces tu jefe empieza a
decir una y otra vez “¡error, error, error!” a la vez que su cara empieza a
derretirse dejando al descubierto un montón de cables y placas metálicas,
mientras su cabeza da vueltas y vueltas con tanta rapidez, que termina por
salirse de su eje disparada contra las luces del techo, haciéndolas explotar
ruidosamente en una danza de chispas y llamas.
Sí, ir al trabajo bajo los efectos de las drogas es todo
un infierno.