Historia #176: En la final del campeonato



Como el equipo de fútbol de unos amigos llegó a la final del campeonato nacional, no dudé en levantarme temprano para ir a verlos jugar y apoyarlos como la buena persona que soy. Por lo mismo me bañé, desayuné una comida liviana y me dirigí al supermercado para comprar cervezas antes de dirigirme a las canchas donde se jugaría el partido. Para cuando llegué a mi destino, a uno de mis packs ya le faltaban tres botellines y mi cabeza empezaba a dar vueltas por culpa de la resaca y el alcohol ingerido recientemente. Saludé a la gente que conocía en la galería y esperé a que el duelo comenzara reduciendo las cervezas una tras otra. Les hice señas a mis amigos cuando salieron a la cancha y grité lo más efusivo que pude cuando dieron el pase de inicio del juego. Como los ánimos estaban un poco caldeados, los hinchas de nuestra barra aprovecharon que el equipo al que apoyábamos jugaba de local para soltar una lluvia de improperios contra cualquier jugador oponente que cruzara nuestro radio de cobertura; y como la diferencia entre el número de éstos con los de la barra del equipo contrario era bastante notoria, con la balanza inclinada a nuestro favor, obvio, estos no tardaron en hacerse oír por sobre todos los demás ruidos y comentarios respecto al juego: los de nuestra barra descalificaron primero sus habilidades deportivas comparándolos con discapacitados, para luego terminar haciéndolo con sus familias y seres queridos cercanos, cosa que dio muy buenos resultados. Por lo mismo (sumado a ello todo el alcohol que había ingerido hasta ese momento) no pude evitar sumarme al griterío y apoyar la causa de nuestro equipo con mi propio granito de arena: puse mis manos alrededor de mi boca y comencé a desahogarme con cuanta porquería se me pasó por la mente; pero en vez de atacar las habilidades y los defectos de los jugadores adversarios, estimé más producente bajarles la moral denigrando a las personas que les habían dado su vida; sabía que eso tendría un muy buen efecto en ellos, pobres jóvenes alejados de casa.
            −¡Me culeo a tu mamá! ¡ME CULEO A TU MAMÁ EN CUATRO! ¡TU HERMANO ES MI HIJO!
            Y así grité una y otra vez hasta que no me dio más la voz, al igual que los demás a mi alrededor.
            Y bueno, después de todo, la técnica que llevamos a cabo pareció funcionar de maravilla: entre toda la algarabía producida por nuestra barra, pudimos notar cómo los jugadores del equipo enemigo no se arriesgaban tratando de interceptar pases o solían equivocarse más de la cuenta; y bueno, eso, más los dos goles que les metió nuestro equipo a la mitad del segundo tiempo, terminaron por dinamitarlos por completo: se les veía cansados, preocupados, incluso avergonzados. No pasó mucho rato para que el partido acabara de una vez por todas y todos pudiéramos saltar hacia la cancha para celebrar junto a nuestros queridos.
            Está demás decir que terminé con la ropa empapada de cerveza por culpa de los demás celebrantes y la garganta prácticamente inutilizable de tanto gritar por más de una hora; pero no me importó en lo absoluto: como tenía al frente a mis amigos sosteniendo la copa del primer lugar del campeonato, sentía que lo demás, todo lo demás, daba lo mismo.
            Entonces la vi en el pequeño grupo que conformaba la hinchada del equipo que acababa de adjudicarse el segundo lugar: era una mujer mayor a todas luces, pero con el cuerpo de una de treinta bien ejercitada y cuidada. Me miraba fijo, sin importarle las celebraciones de los demás por la cancha y lo desanimados que parecían los jugadores a los que había apoyado durante el partido. No me quitaba la vista, y eso me llamó un montón la atención.
            Hubo un momento en que nos tomamos fotos con los de la barra, sosteniendo la copa todos abrazados y cosas como ésas, por el tiempo suficiente como para olvidarme de aquella mujer. Por lo mismo, cuando me tomó de un hombro y me giró para verme de frente, me tomó muy por sorpresa.
            −¿Así que te culiai’ a la mamá del número 20 de nuestro equipo? –me preguntó desafiante.
            −Sí; ¿por qué?
            −Porque yo soy su mamá.
            Alguien anunciaba a lo lejos que iba a prestar su departamento en la Avenida del Mar para la celebración inminente de la tarde; al parecer era uno de los defensas de nuestro equipo.
            −¿Está enojada por lo que grité?
            −Al principio lo estuve, sí –dijo ella; mas luego su expresión seria cambió a una más relajada, serenando y embelleciendo todas sus facciones−. Pero ahora que lo pienso… −Miró a todos lados como comprobando que nadie nos observaba−. Podríamos hacer realidad lo que le gritabas.
            La mujer tomó mi mano y me sacó de entre todo el tumulto de gente. Fuera de la cancha, el recinto parecía encontrarse vacío.
            Así fue que nos dirigimos a los baños del edificio más próximo para desnudarnos con rapidez y empezar con la acción de inmediato. En un comienzo pensé que por culpa del alcohol terminaría por caerme al piso mojado y humillarme frente a ella, pero por fortuna mis pies permanecieron firmes al igual que mi aparato. La mujer tenía unos movimientos fuertes y expertos, besaba sin herir con sus dientes y sabía qué cosas decirme para mantenerme firme y dispuesto; por mi lado aproveché de tocar su piel bien cuidada, recorrerla con las manos mientras no paraba de atacarla contra la entrada del baño, pensando en que esa escena debía recordarla por siempre en el futuro.
Los gritos de felicidad provenientes de afuera se unían con los gritos y sonidos feroces del encuentro que llevábamos ahí dentro; pude escuchar cómo la misma persona de antes volvía a anunciar que prestaba su departamento para seguir celebrando; todo me parecía muy raro y confuso, como en un sueño. Pero ahora que miro atrás hacia ese preciso instante, puedo decir que la lección de aquel día fue muy, muy clara: si vas a ver un partido de fútbol y estás del lado de la barra, sólo grita e insulta lo más que puedas a los del equipo contrario: además de desahogarte y sentirte limpio por dentro, probablemente consigas cosas que por mantener la boca cerrada no conseguirías nunca.
¿Que no me creen?
Pues adivinen entonces qué jugador del equipo segundón del torneo está esperando ahora un dulce y tierno hermanito que nunca imaginó llegaría a tener.
Bueno: ahora adivinen quién es el padre.