Como el equipo de fútbol de
unos amigos llegó a la final del campeonato nacional, no dudé en levantarme
temprano para ir a verlos jugar y apoyarlos como la buena persona que soy. Por
lo mismo me bañé, desayuné una comida liviana y me dirigí al supermercado para
comprar cervezas antes de dirigirme a las canchas donde se jugaría el partido.
Para cuando llegué a mi destino, a uno de mis packs ya le faltaban tres
botellines y mi cabeza empezaba a dar vueltas por culpa de la resaca y el
alcohol ingerido recientemente. Saludé a la gente que conocía en la galería y
esperé a que el duelo comenzara reduciendo las cervezas una tras otra. Les hice
señas a mis amigos cuando salieron a la cancha y grité lo más efusivo que pude
cuando dieron el pase de inicio del juego. Como los ánimos estaban un poco
caldeados, los hinchas de nuestra barra aprovecharon que el equipo al que
apoyábamos jugaba de local para soltar una lluvia de improperios contra
cualquier jugador oponente que cruzara nuestro radio de cobertura; y como la
diferencia entre el número de éstos con los de la barra del equipo contrario
era bastante notoria, con la balanza inclinada a nuestro favor, obvio, estos no
tardaron en hacerse oír por sobre todos los demás ruidos y comentarios respecto
al juego: los de nuestra barra descalificaron primero sus habilidades deportivas
comparándolos con discapacitados, para luego terminar haciéndolo con sus
familias y seres queridos cercanos, cosa que dio muy buenos resultados. Por lo
mismo (sumado a ello todo el alcohol que había ingerido hasta ese momento) no
pude evitar sumarme al griterío y apoyar la causa de nuestro equipo con mi
propio granito de arena: puse mis manos alrededor de mi boca y comencé a
desahogarme con cuanta porquería se me pasó por la mente; pero en vez de atacar
las habilidades y los defectos de los jugadores adversarios, estimé más
producente bajarles la moral denigrando a las personas que les habían dado su
vida; sabía que eso tendría un muy buen efecto en ellos, pobres jóvenes
alejados de casa.
−¡Me culeo a tu mamá! ¡ME CULEO A TU MAMÁ EN CUATRO! ¡TU
HERMANO ES MI HIJO!
Y así grité una y otra vez hasta que no me dio más la
voz, al igual que los demás a mi alrededor.
Y bueno, después de todo, la técnica que llevamos a cabo
pareció funcionar de maravilla: entre toda la algarabía producida por nuestra
barra, pudimos notar cómo los jugadores del equipo enemigo no se arriesgaban
tratando de interceptar pases o solían equivocarse más de la cuenta; y bueno,
eso, más los dos goles que les metió nuestro equipo a la mitad del segundo
tiempo, terminaron por dinamitarlos por completo: se les veía cansados,
preocupados, incluso avergonzados. No pasó mucho rato para que el partido acabara
de una vez por todas y todos pudiéramos saltar hacia la cancha para celebrar
junto a nuestros queridos.
Está demás decir que terminé con la ropa empapada de
cerveza por culpa de los demás celebrantes y la garganta prácticamente
inutilizable de tanto gritar por más de una hora; pero no me importó en lo
absoluto: como tenía al frente a mis amigos sosteniendo la copa del primer
lugar del campeonato, sentía que lo demás, todo lo demás, daba lo mismo.
Entonces la vi en el pequeño grupo que conformaba la
hinchada del equipo que acababa de adjudicarse el segundo lugar: era una mujer
mayor a todas luces, pero con el cuerpo de una de treinta bien ejercitada y
cuidada. Me miraba fijo, sin importarle las celebraciones de los demás por la
cancha y lo desanimados que parecían los jugadores a los que había apoyado
durante el partido. No me quitaba la vista, y eso me llamó un montón la
atención.
Hubo un momento en que nos tomamos fotos con los de la
barra, sosteniendo la copa todos abrazados y cosas como ésas, por el tiempo
suficiente como para olvidarme de aquella mujer. Por lo mismo, cuando me tomó
de un hombro y me giró para verme de frente, me tomó muy por sorpresa.
−¿Así que te culiai’ a la mamá del número 20 de nuestro
equipo? –me preguntó desafiante.
−Sí; ¿por qué?
−Porque yo soy su mamá.
Alguien anunciaba a lo lejos que iba a prestar su
departamento en la Avenida del Mar para la celebración inminente de la tarde;
al parecer era uno de los defensas de nuestro equipo.
−¿Está enojada por lo que grité?
−Al principio lo estuve, sí –dijo ella; mas luego su
expresión seria cambió a una más relajada, serenando y embelleciendo todas sus
facciones−. Pero ahora que lo pienso… −Miró a todos lados como comprobando que
nadie nos observaba−. Podríamos hacer realidad lo que le gritabas.
La mujer tomó mi mano y me sacó de entre todo el tumulto
de gente. Fuera de la cancha, el recinto parecía encontrarse vacío.
Así fue que nos dirigimos a los baños del edificio más
próximo para desnudarnos con rapidez y empezar con la acción de inmediato. En
un comienzo pensé que por culpa del alcohol terminaría por caerme al piso
mojado y humillarme frente a ella, pero por fortuna mis pies permanecieron firmes
al igual que mi aparato. La mujer tenía unos movimientos fuertes y expertos,
besaba sin herir con sus dientes y sabía qué cosas decirme para mantenerme
firme y dispuesto; por mi lado aproveché de tocar su piel bien cuidada,
recorrerla con las manos mientras no paraba de atacarla contra la entrada del
baño, pensando en que esa escena debía recordarla por siempre en el futuro.
Los gritos de
felicidad provenientes de afuera se unían con los gritos y sonidos feroces del encuentro
que llevábamos ahí dentro; pude escuchar cómo la misma persona de antes volvía
a anunciar que prestaba su departamento para seguir celebrando; todo me parecía
muy raro y confuso, como en un sueño. Pero ahora que miro atrás hacia ese
preciso instante, puedo decir que la lección de aquel día fue muy, muy clara:
si vas a ver un partido de fútbol y estás del lado de la barra, sólo grita e
insulta lo más que puedas a los del equipo contrario: además de desahogarte y
sentirte limpio por dentro, probablemente consigas cosas que por mantener la
boca cerrada no conseguirías nunca.
¿Que no me
creen?
Pues adivinen entonces
qué jugador del equipo segundón del torneo está esperando ahora un dulce y
tierno hermanito que nunca imaginó llegaría a tener.
Bueno: ahora adivinen
quién es el padre.