Historia #187: El cazarrecompensas ("Nos sigue un cazarrecompensas #9")



El local, dentro, disponía de cuatro televisores con su respectiva consola de SuperNintendo y controles ubicados en la mesilla de abajo cada uno, dos a cada lado, paredes revestidas con antiguos posters de los superhéroes más legendarios de la franquicia de Nintendo y un amplio mostrador ubicado al fondo de éste con un montón de cartuchos de Game Boy, Game Boy Color, NES y SNES a la vista. Detrás de él, cómo no, se encontraba el cazarrecompensas, cruzado de brazos y con aire de estar muy seguro de sí mismo. Alzó su índice diestro hacia el techo e hizo ademán de comenzar con el discurso que con toda seguridad llevaba preparando desde hacía horas, probablemente mientras urdía el plan para raptar a hermana y acabar con papá tal y como le había pedido Samuel Maluenda; sin embargo un fuerte acceso de estornudos impidió que las palabras salieran por su boca como deseaba, lo cual nos dio mucha risa (y algo de asco tras imaginarme todos esos mocos escurriéndose dentro de su sofocante casco). Después que cesó su cuarto estornudo, el cazarrecompensas se mostró muy compungido al respecto.
            −¡Hey, no se rían! −nos pidió éste, rascándose la superficie del casco en un acto muy instintivo−. ¡Aún no he dicho lo que debía decir para cuando ustedes entraran!
            −¡Muy tarde! −gritó la abuela antes de saltarle encima para patearle por sobre el mostrador.
            −¡Hey! −alcanzó a reaccionar el cazarrecompensas, tomándola del pie justo en el acto−. ¡Aún no he dicho mi discurso!
            −¡A la mierda tu discurso!
            Acto seguido la abuela se zafó de la mano del cazarrecompensas y se agachó de nuestro lado del mostrador para permitir que sus acompañantes abrieran fuego limpiamente contra éste. El cazarrecompensas alcanzó a desaparecer justo a tiempo para evadirlas y lanzar una bomba de humo negro y asfixiante al medio del local; entonces alguien rompió el escaparate detrás de nosotros y salimos por el amplio boquete abierto en él. Del otro lado, flotando a la altura del cuarto piso de la galería gracias a los propulsores en su espalda, se encontraba el cazarrecompensas apuntándonos pacientemente con su rifle láser. Mamá, papá y yo nos quedamos quietos, expectantes, sin saber qué hacer.
            Fue ahí que la abuela disparó desde el oscuro interior del local, errando por un par de centímetros, y nosotros pudimos dispersarnos para que no fuera tan fácil alcanzarnos. Yo me dirigí a la izquierda, hacia abajo, mientras que papá y mamá tomaron el camino contrario, subiendo en pos del enemigo.
            Aparecieron un par de rufianes, cortándome el paso con sus toscos cuerpos, a los cuales no dudé en eliminarlos inmediatamente con una ráfaga de balas mortal de mis Uzis, haciéndolos desaparecer en ese fulgor rojo que adquirían las personas cuando partían al otro mundo.
Miré por sobre mi hombro hacia el local de videojuegos para ver salir a los dos musculosos acompañantes de la abuela disparando como locos hacia el cazarrecompensas; la abuela estaba entre ellos con un porro encendido entre sus labios, recargando su escopeta. Como a los disparos de metralleta se sumaron los míos y los de papá y mamá, el cazarrecompensas, cuya gastada armadura hacía rebotar todas nuestras balas, se vio en la obligación de trazar un arco en el aire para buscar una buena ubicación para acabarnos.
Por el rabillo del ojo vi cómo bajaban nuevos rufianes por las escaleras más cercanas a papá y mamá; me percaté que no se habían dado cuenta de este hecho, por lo que apunté lo mejor que pude y disparé en la dirección por la cual aparecerían, cargándomelos justo a tiempo. Papá y mamá no advirtieron que les había salvado la vida de tan enfrascados que estaban mirando al cazarrecompensas volar por la galería, tratando de encontrar algún punto débil a su coraza.
El cazarrecompensas se quedó flotando un par de pisos sobre nosotros y comenzó a abrir fuego con su rifle de rayos láser. Mas fue una suerte que estos no fueran tan rápidos como temíamos, por lo que no nos costó evadirlos gracias a la amplia distancia que nos separaba.
Como éramos muchos más que él, el cazarrecompensas tuvo que maniobrar haciendo eses por el aire para poder encontrar puntos buenos desde los cuales dispararnos. Me rozaron un par de rayos láser (que lo derretían todo y que de seguro me quitarían muchos puntos de vida), al igual que a la abuela y sus acompañantes; pero cuando éste se preparaba para atacarnos nuevamente, papá volvió a hacer gala de su buena puntería con un espectáculo que jamás hubiera esperado: con un único y eficaz disparo, logró sacar un CRÍTICO con su pistola provocando que el propulsor del cazarrecompensas estallara en el acto, lanzando a su dueño directo contra el escaparate del local de Jardinería Espeluznante. Su cuerpo arrojado contra el piso ardió por unos breves instantes hasta que el afectado volvió en sí y reparó en que su armadura estaba en llamas; soltó un grito lleno de horror y comenzó a rodar de lado a lado hasta extinguirlas.
Cuando proponía ponerse de pie hincando una rodilla en el suelo, la abuela aprovechó para empujarlo de espaldas con una fuerte patada. Al principio no supe si fue mi imaginación o un efecto visual tras la explosión que vi algo moverse en el interior del local a oscuras, pero luego que sentí cómo se despertaban las plantas amiguitas que dormían ahí dentro, supe qué era lo que había estado pensando la abuela desde un comienzo.
El cazarrecompensas se levantó de un brinco sorpresivamente, a tiempo para detener la próxima patada de la abuela. Parecía echar humo por debajo de su casco. Uno de los dos musculosos aprovechó la instancia para dispararle en la cabeza y así provocar que se distrajera al mirarlo éste de vuelta; la abuela entonces le dio una patada doble con una agilidad tremenda que hizo que el cazarrecompensas trastabillara y cayera de espalda contra una sombra que a primera vista parecía muy blanda. El cazarrecompensas silbó aliviado, mas cuando proponía incorporarse para volver a la pelea, la sombra cambió de forma de manera imprevista y se removió vibrando y produciendo un extraño sonido parecido a un gorjeo. Ahí fue que el cazarrecompensas volvió a gritar aterrado y trató de soltarse de las lianas y hojas que sorpresivamente lo habían incapacitado; claro, el cazarrecompensas logró romper algunas de éstas con su gran fuerza, pero todo intento de conseguirlo fue complemente inútil. Debo admitir que no lo vi, naturalmente, porque la luz ahí era más bien escasa, pero pude hacerme una idea por los movimientos de las sombras cómo la planta devora hombres más antigua y grande del Señor Iduya (dueño del local en que se encontraba) engullía al cazarrecompensas como si no hubiera comido en años, mientras la vegetación en las paredes y demás maceteros ubicados por el lugar parecían azuzarla con espasmódicos saltos.
Sólo esperaba que su dueño nos premiara en metálico por haber alimentado a su más excéntrica belleza.