A 20 años del lanzamiento
del Nintendo 64, se me viene a la mente una vez que, luego de llegar del
colegio por la tarde (teniendo unos diez años, más o menos), encontré a mi papá
sentado frente al televisor del living jugando un videojuego que en ese momento
sólo había visto en imágenes de la revista Club Nintendo y en comerciales de
gran parafernalia por la tele.
−¡¿Y ese juego, papá?!
−Lo compré hace poco; pero no le digai’ a tu mamá.
Y estaba claro que no debía decirle nada a mi mamá: ella
siempre se oponía (en realidad lo sigue haciendo) a que mi papá invirtiera
dinero en videojuegos aun arguyendo que eran regalos para mí por mis buenas
calificaciones.
−¿Ese juego es el…?
−Sí, es el Zelda
Ocarina del Tiempo –me dijo, y yo no lo podía creer de la emoción: por fin
podía jugar el videojuego que todos querían tener en sus manos.
Entonces mi papá me explicó cómo se jugaba y qué debía
hacer para conseguir la espada y el escudo para llegar al primer calabozo del
juego. Con el rato, me fui dando cuenta que mi papá debía haber comprado ese
videojuego desde hacía tiempo, porque sabía cómo sortear todos los acertijos de
los niveles y en su partida llevaba ya las tres primeras Piedras Espirituales.
Para cuando se hizo de noche, me dijo que grabara en el menú del inventario y
escondiera el cartucho antes que llegara mi mamá del trabajo, que no lo sacara
de ahí hasta el día siguiente, cuando no hubiera moros en la costa.
Así estuvimos avanzando el juego (cada uno con su propia
partida, obviamente) por al menos un mes: mi papá mientras yo estaba en el
colegio, y yo luego de salir de clases antes que llegara mi mamá de su trabajo.
Todo estaba bien hasta que, cómo no, la verdad salió al descubierto: mi mamá
encontró la boleta de la casa comercial donde mi papá había comprado el
videojuego (una tienda serenense
ahora olvidada por todos) y entonces ardió Troya; pero mis notas estaban tan
bien, que no puso muchos reparos en el asunto más que unos cuantos días sin
dirigirnos la palabra.
De todas maneras fue nuestro pequeño gran secreto, y así
como el fútbol une a padres, hijos y demás familiares, podría decirse que todo
este casi insignificante engaño lo hizo con nosotros.
Nintendo 64, feliz año.