Cuento #64: Temor a las arañas



De: Hernando Casablanca Villanueva
Para: No vivimos en Marte
Enviado el: jueves, 16 de junio de 2016
Asunto: hola


No vivimos en Marte:



            Me gustaría intentar explicarte algo, a ver si logras entenderme.
            Desde que tengo uso de razón que odio las arañas: las detesto, me dan asco, me gustaría que dejaran de existir para siempre. Y es que son tan veloces, tan insospechadas, tan siniestras, que me producen una desazón horrible: me hacen sentir inseguro en todos lados, incluso en mi propia casa, bajo mi techo, entre mis cosas que tanto quiero. Y por si fuera poco, parecen seguirme a todos los lugares donde voy; porque ¿qué oportunidad entre las ciento que existen hay para que una de ellas me caiga del techo de una disco, o de un restorán, o de un local de comida rápida, o de una iglesia −todo esto me ha ocurrido más de una vez en la vida, te lo juro−, cuando hay cientos de personas al lado mío, compartiendo mi mismo espacio?
(Un amigo me contó, medio en broma, medio en serio, que todo esto se debe a que uno al temerle tanto a algo, no hace otra cosa más que atraer esos males. Probablemente, después de todo lo que vivido, esté diciendo lo correcto).
Sin embargo, y he aquí el punto al que quería llegar, es que hace un par de días, luego de quedar solo en casa y fumar un poco de marihuana que mi hermana mayor dejó sobre su mesa de noche, salí a comprar pan para preparar mis onces cuando me encontré de frente con una araña bastante particular colgando de uno de los fierros de la reja del antejardín; tenía la piel (o lo que sea que las cubra) de color gris, con un extraño diseño negro sobre el lomo con forma de calavera, cosa que me pareció en extremo curiosa, pues nunca había visto una así. Y bueno, como estaba tan pegado por el efecto de la hierba, no pude hacer otra cosa que quedarme mirándola mientras ésta tejía sus delicados hilos entre los fierros de la reja, armando distintas e interesantes figuras geométricas de un lado a otro; también me percaté que había un par de moscas atrapadas en uno de los bordes de ésta, secas y muertas, y que una anterior red de telaraña había sido destruida por el azote de la lluvia habida el día previo. Si no hubiera estado drogado, probablemente la hubiera quemado con mi mechero, disfrutando verla arder; pero entonces comprendí que las arañas eran algo vivo, seres con una misión para con el destino, atrapando insectos capaces de propagarse como la peor de las plagas, trabajadoras incansables, protectoras invisibles de nuestros propios hogares, y así fue cómo cambió mi manera de verlas, de vivir con ellas. No puedo creerlo, pero he desarrollado un nuevo pensamiento de la forma más inesperada posible.
Te explico todo esto, No vivimos en Marte (o la persona que esté detrás del blog), porque lo he comentado con un par de amigos y mi polola, y todos se ríen de mí; me dicen que como fui tan tonto para no haberlo captado antes, que las arañas (si bien no son animales sino arácnidos) siempre han tenido vida y merecen un respeto por parte de nosotros, que sólo un estúpido no podría haberse dado cuenta de algo así. Pero para mí no fue tan simple; porque para nadie es simple cruzar un río sin la ayuda de un puente, ¿no? Como no tengo con quien comentar esto, mas sé que tú tienes montón de tiempo libre y no haces nada por la vida, te lo explico para saber si no estoy tan equivocado después de todo.
Sin haber querido interferir con tu trabajo más allá de unos cuantos minutos, espero me entiendas y respondas este mensaje.
Se te aprecia.



Un abrazo.





De: No vivimos en Marte
Para: Hernando Casablanca Villanueva
Enviado el: viernes, 17 de junio de 2016
Asunto: hola


            (…).



De: Hernando Casablanca Villanueva
Para: No vivimos en Marte
Enviado el: domingo, 27 de junio de 2016
Asunto: Leer por favor



            Al principio no supe quién eras. Pero como sabía que Hernando no tenía ningún amigo que se apodara de manera tan… rara como tú, busqué No vivimos en Marte en Google y me apareció una página que resultó ser la tuya, otro más de esos típicos blogs de moda donde en el que no paran de decir “ay, mírenme, estoy sufriendo, tengo problemas, por favor ayúdenme”. De verdad no sé cómo mi hijo podía perder su tiempo con semejantes…
            Sabrás muy bien que el mundo está lleno de ironías, y yo acabo de ser parte (de hecho lo soy, en presente) de una de ellas, una grande, muy grande y dolorosa: sin querer, revisando entre las cosas de mi hijo, cerrando las sesiones de sus redes sociales para siempre, me encontré con este particular correo que me pareció bastante curioso, puesto que, como te dije anteriormente, ninguno de los amigos de mi hijo se hace llamar así… Y tras leerlo una primera vez me percaté que, además de no saber que Hernando fumaba marihuana al igual que su hermana mayor, tampoco me había dado cuenta del gran terror que sentía hacia las arañas, incluso a esas diminutas que se escapan por la pared y que jamás puedes aplastar con el dedo, y en que de verdad debió haberse sentido muy mal (sino humillado) porque nadie le hizo caso en la revelación que había tenido..., sin contar el hecho de tener que acudir a un bloggero para liberarse de ciertas dudas y cargas…
            Pero el mundo es una ironía.
            Nunca me había dado cuenta que Hernando evitaba cualquier tipo de contacto con las arañas, a diferencia de su mamá, que lo supo desde que era chico. Es natural que uno como padre jamás se entere de cosas como éstas, pues uno tiene la costumbre de creer que hay cosas que son sabidas por todos, como que las arañas son arácnidos y ya, que existen casi como adornos de la rutina o algo así, pero jamás que alguien llegue a tener un miedo tan profundo (casi ridículo) por ellas. Al principio uno no lo entiende, y eso es lo que lo ciega a uno. Hasta que, naturalmente, ocurren las cosas.
            Resulta que la semana pasada, Hernando, motivado por el afán de demostrarnos que ya no le temía a las arañas y que por fin había aprendido a valorarlas, a eso de la hora de almuerzo se llevó una a la mano (que estaba asomándose desde el librero) y empezó a acariciarla impúdicamente, como si fuera su mascota de toda la vida. Todos ahogamos un terrible grito, y para cuando se la fuimos a quitar de la mano, ya era demasiado tarde. Hernando, sin siquiera saber lo que estaba haciendo, manipulaba una araña de rincón que no dudó en clavarle toda su ponzoña al más mínimo tacto, la misma que, como te quería informar, le ha quitado la vida luego de unos cuantos días de lucha en el hospital. (¿Irónico, no?). Es por eso que estoy revisando sus cuentas, su correo electrónico, esta conversación, tratando de zanjar sus asuntos terrenales pendientes y esas cosas... para que te des cuenta de lo vulnerables que somos como seres humanos, sacándome todo el dolor de encima como una catarsis.
            Leo este correo otra vez antes de enviártelo, hago unas cuantas correcciones y no puedo evitar sonreír con cierta mordacidad ante el gran poder de la ironía, esa que hace única nuestra vida, la que me ha llevado a ser consciente de toda esta locura.
           

            Disfruta tu vida, chico: la vida es corta.