Después de meses de pelear
contra el cáncer, el viernes recién pasado (el mismo día de mi cumpleaños)
murió mi abuela materna, la que me crió y me enseñó, en gran parte, a ser la
persona que soy hoy en día. Después de 25 años.
Sé que esto es una cosa normal;
la muerte, de hecho, debería parecernos lo más seguro después de nacer (porque
es lo único que tenemos reservado y asegurado después de todo); pero soy del pensamiento
que es importante saber canalizar las acciones, hechos y eventos, y sacar
siempre lo mejor de ello. Es por eso que me gustaría decirles que en realidad
mi abuela siempre fue una de las personas más buenas del mundo (porque en serio
lo era): nunca mentía, siempre daba lo mejor por los demás, y era hasta capaz de
quedarse sin nada con tal que los demás tuvieran lo que necesitaban, actitudes
muy difícil de encontrar en personas hoy en día.
¿Por qué les estoy
diciendo esto? Porque me gustaría que todos aprendiéramos de nuestros muertos,
a disfrutar la vida como ellos nunca lo van a volver a hacer, de sus virtudes y
logros, así como también de sus errores; de otra forma, sus muertes serían en
vano, y eso sería peor que la muerte.
Así que díganle lo que
tengan que decirle a esa persona que no ven desde hace tiempo, arreglen sus
diferencias con sus amigos, pasen más tiempo en familia (si aún la tienen) y
aprovechen los días como si fueran el último: porque en realidad, nadie les
tiene garantizado nada.
Deberíamos dejar de ser
tan tontos y aprender de las personas que mueren y nos dejan en este mundo
lleno de mierda.
Deberíamos hacerlo por
ellos.
Espero les sirvan estas
palabras virtuales. Mi abuela estaría orgullosa de eso.