Gaspar compró cinco bombones
artesanales con la plata que le habría sobrado del pan y el queso laminado que le había encargado
su mamá, le dio las gracias a la señora que lo atendió y se fue comiendo los
dulces mientras caminaba de vuelta a casa, tarareando una canción que tenía
pegada desde hacía días y que no paraba de sonar en la radio en cada uno de sus
programas. Se aseguró de doblar y guardar bien los envoltorios vacíos en uno de
sus bolsillos y entró a la casa tratando de no enseñar mucho sus dientes sucios
por el chocolate. Le pasó la bolsa de las compras a su madre (quien estaba preparando
un pie de limón para las onces) y encaminó directamente al patio, donde se puso
a jugar con Alfonso, su perro. Le
hizo cariño, le lanzó piedras para que las buscara y se las trajera y al final
de todo le sirvió más comida y agua en sus fuentes vacías. Para cuando su
mascota se hallaba devorando sus galletas para perro, Gaspar aprovechó de
buscar algún trozo de mierda suya por entre el pasto teniendo mucho cuidado de
no pisarla; estuvo así por dos minutos, maldiciendo ese tonto afán de su madre
de estar limpiando la caca del perro cada vez que salía al patio, sabiendo que
el perro, en realidad, jamás dejaría de cagar el pasto.
Sin embargo, se
sintió enormemente contento al hallar un buen trozo de mierda fresca entre dos
malvarrosas, lo que era mucho mejor. Se agachó con cuidado, comprobando que su
madre seguía en la cocina, y sacó los envoltorios de bombones que había
guardado en el bolsillo para tomar con ellos la caca de su perro y dejarlos tal
como se encontraban al momento de comprarlos, aguantando la respiración y el
asco que le atacaba en ese momento. Así, luego de unos cuantos minutos, Gaspar
consiguió hacer lo que quería.
−¡Gaspar! –lo
llamó su madre desde la cocina−. ¡A tomar onces!
El niño sonrió
maliciosamente y se echó los nuevos bombones en su mano derecha.
−¡Ya voy, mamá!
–le gritó de vuelta−. ¡Estaba dándole comida al Alfonso! –Y susurrando, agregó−. Y preparando estos ricos bombones
de mierda por haberme escondido la X-Box, maldita zorra.