−¡Salud! –brindaron los cuatro amigos antes
de encender los dos primeros porros de la jornada. Eran eso de las dos y media
de un sábado en la tarde y los muchachos descansaban al lado de un canal (donde
enfriaban sus demás latas de cervezas) bajo la sombra de unos frondosos y altos
eucaliptos.
−Menos
mal nos dieron el día libre –dijo Alonso, limpiándose la espuma de su cerveza
con la manga de la chaqueta−. Pensé que nunca íbamos a coincidir para hacer
esto.
−Sí,
es verdad –asintió Carlos, antes de tomar otro sorbo de la lata−. Esos hijos de
perra están abusando de nosotros.
−Nunca
nadie dijo que crecer era bonito –sentenció Jaime, dándole una fuerte calada al
porro que tenía en la boca−. ¿Dónde compraron esta hierba? –agregó, alzando el
pitillo.
−A
un matón de la población América Deltit –le replicó Ricardo antes de
recibírselo. Le dio una calada profunda y aguantó el humo. A los segundos
después, lo echó todo afuera, tosió y agregó−: ¡Están letales!
−A
ver, déjame probar –le pidió Alonso, y así le siguieron los
demás.
Luego
de haber acabado con los porros, los amigos se recostaron en el pasto y
abrieron nuevas y frescas latas de cerveza. Miraban al cielo con la vista
perdida.
−Echaba
de menos hacer esta mierda –dijo Carlos de repente−. Estaba hasta el culo con
ese trabajo de mierda.
−Estamos
todos cagados –dijo Alonso, negando con la cabeza−. El tiempo nos está dejando
cagados.
−El
tiempo y el sistema. El tiempo y el sistema –Jaime sacó los cigarros del
bolsillo de su camiseta y prendió uno sin que le importara la posición en la
que estaba−. Crecer, de verdad, es la mierda más mierda de todas.
−¿Oye, Jaime –le detuvo Ricardo, poniendo cara de extrañeza−, a todo
esto, tú cuántos años tienes?
Todos los demás se detuvieron a
pensar que, en realidad, nadie sabía con certeza la edad exacta del otro: el
hecho de que se hubieran conocido luego de sus respetivas etapas
universitarias, había producido que perdieran el sentido etario con sus pares.
−Tengo 27. ¿Y tú?
−¡¿Tienes 27 años?! –Ricardo se
incorporó, sorprendido−. ¡Yo pensé que eras mucho más joven! ¡Si pareces un
niño de 23!
−¡Yo también pensaba lo mismo! –exclamó
Alonso, levantándose como su amigo−. ¡Si te ves incluso más joven que yo, que
tengo la misma edad tuya! ¡Qué onda!
−A lo mejor es un reptiliano –bromeó
Carlos, y todos los demás rieron; el aludido miró de manera rápida e
imperceptible a sus costados por el rabillo de sus ojos.
−¿Se lo imaginan? –rió Alonso,
poniendo cara de “qué locura más grande”. Como era el más cercano a Jaime, se
acercó a su rostro−. ¿Te imaginas fueras un reptiliano encubierto? –y dicho
eso, le tocó una de sus sienes a modo de broma, mientras todos los demás lo
observaban divertidos. Sin embargo, todas sus expresiones cambiaron
drásticamente al ver que desde el punto de la piel tocado por Alonso, ésta
comenzaba a desprenderse fácilmente hacia abajo como si se tratara de una vieja
y seca costra, enrollándose a la altura de su mentón, dejando al descubierto un
rostro escamoso y azulado; sus ojos, antes castaños y rasgados por la marihuana,
eran ahora amarillos y de pupila fina como una ranura−. No… −dijo estúpidamente Alonso
antes que Jaime abriera su boca unos treinta centímetros y de ella saliera
disparada una gruesa lengua (cuya punta tenía filudos dientes y ojos) que le
destrozó la garganta en cuestión de segundos.
Los demás amigos, alertados por la gran explosión de sangre ocurrida,
intentaron ponerse de pie con todas sus energías, pero por desgracia, ni
siquiera estuvieron a punto de lograrlo: Ricardo fue alcanzado por la lengua de
Jaime antes de llegar a hacerlo siquiera y Carlos tropezó tontamente con una
piedra, quebrándose una pierna al caer al suelo.
−¡No, noooooooo! –alcanzó a gritar
éste último antes de recibir de lleno en la cara la lengua carnívora de Jaime.
Y así, luego de haber acabado con
sus amigos, Jaime miró a todos lados procurando no haber sido observado por
nadie, y tomando las latas de cerveza del canal, se largó de ahí volando (con
su brazo izquierdo extendido hacia adelante) hasta perderse por el cielo limpio
y opalino de las tres de la tarde.