Corría la Nochebuena de 1991 y
afuera, en las calles, no había absolutamente nadie; todos se hallaban sentados
a las mesas de sus hogares, cenando tranquilamente en familia, escuchando
villancicos cantados por desafinados niños en la radio.
−¿Quieres más pavo, Omar?
El aludido de siete años, que se
encontraba enfrascado mirando cómo avanzaba el segundero del reloj de pared
frente a él, dio un suave respingo y negó con la cabeza.
−No, gracias, abuela –replicó; y
es que en realidad, con los nervios que tenía, terminaría por vomitarlo todo si
seguía comiendo cualquier cosa, lo que fuera−. Abuela, ¿me puedes decir la
hora?
−Son…, mmmm…, son las once con
cuarenta y dos minutos –El corazón de Omar comenzó a latir con más fuerza, como
si éste quisiera salir de su pecho arrasando con todo−. Ya va a llegar el
Viejito Pascuero, oh, tranquilízate.
Pero Omar no se podía
tranquilizar en realidad: quedaba ya de veras muy poco para que llegara el
regalo que tanto había anhelado durante todo el año, la única y gran razón para
haberse comportado tan bien en casa y haber sacado tantas buenas notas en el
colegio. Sólo esperaba que el Viejo Pascuero no lo decepcionara, después de
todo.
Omar se levantó de la mesa para
sentarse con sus padres en el sofá del living de la casa.
−¿Nervioso? –le preguntó su papá.
−No –mintió el niño, tratando de
adoptar una expresión indiferente.
−Se supone que el Viejo Pascuero
debe estar por llegar ya –agregó su mamá, mirando el reloj de la pared−. Aún
faltan… ¡Hey, creo que se ha adelantado!
Un par de golpes en la puerta
principal hizo que todos miraran inmediatamente hacia ella, siendo obviamente
Omar el más ansioso de todos, quedándose parado sin saber qué hacer de un
repente.
−¡Anda, Omar, probablemente sea
para ti! –le dijo su mamá, sonriendo.
Omar asintió, sin poder ocultar
todo su nerviosismo, y se dirigió hasta la puerta; por un momento creyó que iba
a tener el honor de conocer en persona al Viejo Pascuero y así ser la envidia
de todos en su curso, cuando volviera de las vacaciones de verano. Sin embargo,
en vez de eso, se encontró solo con un diminuto paquete envuelto en papel de
regalo sobre la alfombra para pies del otro lado; por las dimensiones que tenía
éste, concluyó que después de todo, el Viejo Pascuero lo había recompensado por
haber sido un niño ejemplar durante todo el año transcurrido.
−¡Ohhhh, síííííííí! –exclamó
mientras prácticamente se arrojaba sobre su regalo, destruyendo en miles de
trozos su envoltura. Estuvo a punto de gritar de felicidad y emoción al
comprobar que efectivamente se trataba de un videojuego para su Nintendo, pero
sintió unas enormes ganas de llorar al comprobar que en vez del Super Mario
Bros. 2, el Viejo Pascuero le había traído el de Dr. Jekyll and Mr. Hyde.
−¿Y? –le preguntaron sus padres
detrás suyo−. ¿Te gustó lo que te trajo el Viejito Pascuero?
Omar no sabía cómo decirles que
en realidad no había recibido lo que quería, que el videojuego que le había
llegado como Presente de Navidad lo había jugado en la casa de Martín, uno de
sus mejores amigos, con quien había concluido que éste era una de las peores
cosas que habían tenido entre sus manos hasta ese momento.
−Mmmm…, sí, genial –murmuró el
chico, sin quitarle los ojos de encima al videojuego, pensando que tal vez, al
final de cuentas, no se había portado tan bien como quería aquél viejo gordo
maldito vestido todo de rojo.