Era día domingo por la tarde y
nos tomábamos unas cervezas en el patio de la casa del Juan, a la sombra de su
viejo damasco. No hacíamos nada más que eso: beber, mirar el cielo, sentir el
viento y escuchar el roce de las hojas de los árboles cercanos. Íbamos a
terminar nuestro primer pack de cervezas, cuando veo en el cielo dos puntos
blancos bastante particulares recortados contra él. Al principio pensé que eran
dos gaviotas buscando alguna porquería para echarse en su estómago de gaviotas,
pero luego de pensarlo por unos segundos, me di cuenta que se encontraban muy
lejos para ser gaviotas; de hecho, nunca había visto de esos pájaros volar tan
alto como lo hacían estas dos en particular. Qué raro, pensé, y bebí otro sorbo
de cerveza sin quitarles la vista de encima.
−¿Esas güeás de allá son volantines? –dijo el Juan
reparando en los mismos puntos que yo.
−¿Esos dos puntos?
−Sí.
−No sé, no parecen volantines; tampoco son gaviotas.
−Están muy alto para ser gaviotas.
−Eso mismo pensé.
Conversábamos sin dejar de mirar cómo el par de puntos
avanzaba por el cielo despejado con una tranquilidad que me pareció un poco
extraña; de hecho, justamente le iba a comentar eso al Juan cuando ambos puntos
se detuvieron de un momento a otro, se alinearon paralelamente y comenzaron a
avanzar mucho más rápido que antes. Aun observándolos de tan lejos, nos pudimos
dar cuenta que sus posiciones eran exactas respecto una de la otra.
Definitivamente, los puntos no eran ni gaviotas ni volantines.
−Esas güeás son… −empecé yo.
−…ovnis –terminó él.
¡No lo podía creer: estábamos viendo ovnis, por la
chucha, en vivo y en directo!; pensé en grabar el asunto, dejarlo todo
registrado de alguna manera, pero como ya no tenía celular, me era imposible
hacerlo. El Juan tampoco tenía una cámara digital como para guardar el momento
que estábamos viviendo. ¡Qué suerte de mierda teníamos!
−¡Güeón, son ovnis, culiao’!
−¡La cagó, güeón, nunca había visto estas güeás! –comentó
el Juan.
En el cielo, los dos puntos avanzaron otro tanto, se
detuvieron, avanzaron, se detuvieron, y volvieron a avanzar, siempre de manera
paralela.
−Es como si nos estuvieran haciendo una revisión –dije.
−Demás –Y dicho esto, el Juan, movido por un impulso
repentino, entró a la casa casi corriendo.
−¡Qué onda! –pregunté, pero no me dijo nada. Al cabo de
un rato llegó con unos binoculares; se puso a mirar con ellos al cielo.
−¿Dónde están los culiaos?
Miré otra vez al cielo, percatándome que había perdido de
vista los dos puntos.
−¡Mierda, no sé dónde están; los perdí de…!
−¡Ahí están, ahí están! –dijo el Juan, mirando a un punto
en particular del despejado cielo.
−¿Dónde?
−¡Ahí! –me apuntó sin dejar de mirar por los binoculares.
Claro, ahí estaban; me pareció sorprendente todo lo que
habían avanzado los dos en tan poco rato. Todo aquello no dejaba de confirmar
nuestras sospechas.
−¡Estas güeás no son ni gaviotas ni palomas ni volantines
ni ninguna güeá! ¡Son ovnis, conchatumare, son ovnis! –Me miró y me pasó los
prismáticos−. ¡Toma, güeón, mira!
Me ajusté el aparato en los ojos e intenté dar con los
objetos voladores sin encontrarlos en un principio; pensé que habían
desaparecido de la nada y que había perdido mi oportunidad de ver algo que
muchos decían no existían pero que en realidad estaban ahí, frente a nuestros
propios ojos.
Por suerte, antes que fuera demasiado tarde, logré dar
con ellos.
−¡Güeón, tenís razón: estas güeás brillan!
Lo que veían mis ojos eran dos puntos color metálico cuya
superficie arrancaba fuertes destellos del sol de ese domingo por la tarde.
Podría haber pensado que se trataba de un ejercicio de la Fuerza Aérea, o una
basura como ésa, pero estos objetos se movían de una manera tan sincronizada
(frenando, acelerando, frenando, acelerando) que no cabía ninguna duda que ahí
dentro no había ningún piloto humano controlándolos.
−¡Mierda, güeón, son ovnis de verdad! –exclamé sin
poder evitarlo.
−Como para pasarse por la raja a todos esos culiaos que
dicen que no existe vida más allá de la Tierra.
−Como me gustaría ver a un religioso presenciando esto…
Sin embargo, y como si hubiera dicho una especie de
palabra mágica, los puntos se detuvieron otra vez, ésta vez para siempre. Se
quedaron estáticos, siempre paralelos, y así como cuando uno saluda con un
“hola”, los objetos desaparecieron sin dejar ningún rastro algunos en el firmamento.
−¡Desaparecieron! –grité, cagado de miedo.
−¡¿Desaparecieron?!
−¡Sí, güeón, desaparecieron! ¡Mira! –Le pasé los
binoculares−. ¡No están!
−¡Güeón, qué onda!
Me di cuenta que el cuello me dolía un montón por haber
estado todo ese rato en la misma posición mirando al cielo. Moví mi cabeza de
un lado a otro, haciendo crujir todos los músculos agarrotados adentro.
−La media volá –dijo el Juan, quitándose los prismáticos
de encima; hizo el mismo ademán que yo para hacer sonar su cuello−. Nadie nos
va a creer esta güeá.
−Nadie.
Nos volvimos a sentar, un poco más tranquilos, y abrimos
otro pack de cerveza en lata. A lo lejos, en lo que parecía ser una de esas
típicas juntas familiares de día domingo, se escuchaba Mujeres y cervezas del Grupo Alegría.
Debo admitir que estuvimos todo lo que restaba de tarde
mirando al cielo como esperando a que volviera a aparecer el par de puntos
avistados. Pasaron las horas, nos emborrachamos, nos tomamos todas las cervezas
y no pasó nada. Para cuando se hizo de noche y el frío y el tedio nos hicieron
entrar a la casa, el asunto de los objetos voladores no identificados ya se nos
había olvidado por completo.
Ya saben, la marihuana y sus desbarajustes de la memoria
a corto plazo.