Como si fuera un rito, con el
Juan fumamos del bong antes de comenzar a devorar nuestros huevos revueltos de
las onces. Nos servimos té y preparamos nuestros sándwiches mientras sentíamos
los primeros efectos de la hierba.
El Juan mastica y me dice:
−Cacha que una vez mi mamá no tenía con quién cuidarme, y
como no me quería dejar solo, me llevó donde una vecina a esa hora de la’ once’.
−¿Ya y, qué onda?
−Na’ po’ –El Juan mastica otra vez y habla con la boca
llena−. Viene y me prepara unos huevos
revueltos y la güeá’, conversa un rato conmigo y le abre la puerta a una vecina
que va a verla a esa hora.
−¿Qué onda; intentaron abusar de ti, un trío, alguna
güeá’ loca?
−No, na’; pero la vecina que había llegado me ve y me
pregunta: “¿están ricos los huevos?”, y la vecina que me los preparó le
responde de una: “sí, si la gente siempre dice que mis huevos son los mejores
del mundo”; entonces me mira y me pregunta: “¿no es cierto?”.
−¿Y qué le respondiste tú?
−La verdad po’ –dijo el Juan−. Que no.
−¿Te la cagaste ahí mismo, en su propia casa?
−Sí, la humillé de una manera muy ruin y detestable –Hizo
una pausa−. Desde ese día que nunca más me quiso en su casa: cuando mi mamá le
preguntaba si me podía cuidar otra vez, le decía que tenía que ir a ver a su
mamá enferma, que estaba indispuesta
o que un “fuerte dolor de estómago” la tenía imposibilitada de hacer cualquier
cosa, onda diarrea explosiva y la güeá’.
−¿Tanto así?
−Sí. ¡Y todo por sus cagás de huevos con cáscara! –El
Juan volvió a masticar su sándwich−. Cacha que después, cuando nos decía que
no, con mi mamá la veíamos asomarse por la ventana, como si esperara a alguien,
o salir de su casa sin ser descubierta y la güeá. Nos evitaba como a las ratas.
−Quizá no estaba lejos de la realidad.
−Ja ja já –rió el Juan irónicamente−. Gúeón pao’.
−Entonces quizá deberíai’ decir menos la verdad en los
momentos menos indicados. ¿O no?
−Mmmm. Puede ser –El Juan tomó un sorbo de té, comió de
su pan, y agregó−: A todo esto, tus huevos son una mierda.