Todavía
recuerdo cuando a uno de mis amigos del barrio le regalaron su primer
computador, una máquina capaz de reproducir películas, juegos de video y, lo
mejor y más significativo de todo, copiar y grabar discos compactos de música.
Nadie lo podía creer: con todos mis amigos pensábamos que piratear un disco de
música era algo totalmente imposible, una idea que muchos planteaban desde la
ensoñación, pero que nadie se atrevía a manosearla por mucho rato por temor a
saborear algo que nunca llegarían a vivir o ver con sus propios ojos.
Pero ahí estaba: ese gran y moderno
computador capaz de copiar discos cuantas veces quisiéramos, imponente,
anunciándonos que ya éramos parte del futuro con el que soñaban muchos desde
hacía unos diez o veinte años atrás.
El primer disco que copiamos fue uno
de Los Prisioneros que justamente se llamaba El caset pirata, un compilado de grandes éxitos en vivo de la época
del Pateando piedras y el Corazones. El primer intento fue un
fiasco: como no sabíamos utilizar el programa para copiar los discos, la
velocidad seleccionada para llevar el trabajo a cabo fue demasiado rápida,
permitiendo que solo un par de canciones fuera a parar a nuestro disco virgen,
dejando todas las demás quién sabía dónde. Por un momento pensamos que habíamos
echado a perder la nueva adquisición de nuestro amigo por no saber cómo
manipularlo, pero como nos quedaban más discos vírgenes, optamos por intentarlo
una vez más, ajustando la velocidad de grabación a la más lenta. Al ver que la
pantalla arrojaba el estado del proceso cuya duración fluctuaba entre los
cuarenta y cinco minutos y la hora, decidimos con los demás que era mejor ir a
la plaza ubicada al frente de la casa a jugar a la pelota y dejar que el
computador hiciera lo suyo en la mayor tranquilidad posible; eran esos tiempos
en que las máquinas se comportaban de manera más quisquillosa que hoy en día, y
en que cualquier toque al computador mientras estuviera realizando algo
importante era capaz de detenerlo y producir el error más grande en el sistema.
Recuerdo que gritamos y hasta
aplaudimos cuando comprobamos que el disco había sido pirateado con éxito: habíamos
superado nuestra primera prueba de fuego. Entonces fue ahí cuando empezamos a
prestarnos discos (colecciones de nuestros papás amantes de la música,
principalmente) para copiarlos y añadirlos a la nuestra.
Y así, sin siquiera tener verdadera
noción de lo que sucedía en el ámbito musical durante ese año, llegó hasta mi
poder la versión pirata del Hybrid theory,
el disco debut de Linkin Park listado
como uno de los más vendidos de la década pasada. Y mierda, con sólo escuchar Papercut quedé prendido a ellos y su
sonido duro, pegajoso y melódico: los tipos rapeaban, lanzaban frases que se
adherían a tu cabeza para no dejarlas jamás, y mierda, se sentía tanta rabia en
sus palabras, que era difícil no levantarse y mover la cabeza al ritmo de su
música. Lo recuerdo perfectamente, porque desde ese entonces no dejé de
escuchar el disco al menos una vez por día.
Hybrid
theory era algo que no había escuchado hasta mis cortos diez años de edad
(y eso que para ese entonces ya había escuchado un montón de música de estilos
muy variados): fue una revolución, el descubrir el fuego, la pólvora; fue el
primer abrazo a los sonidos que perduran en las bandas y músicos en los que
influyeron hasta hoy en día. Es por lo mismo que una perdida como la de su
vocalista me duele tanto como si lo hubiera conocido de toda la vida; y no soy
el único: un montón de gente, toda una generación, alega de padecer la misma
sensación dolorosa como si hubieran llegado a perder a uno de sus seres más
queridos. Porque con él se va nuestra primera década de vida, y la que le sigue,
nuestra madurez y los momentos que seguramente acompañamos con sus canciones;
Linkin Park, querámoslo o no, nunca volverá a ser lo mismo sin su impronta y su
voz principal, y eso es lo más doloroso de todo, igual que nuestras vidas. Nos
han arrebatado un trozo importante de nuestra existencia, dejando un gran vacío
en su lugar.
Ahora existen dispositivos virtuales
para escuchar los discos cuantas veces queramos sin pagar un peso; podemos
descargar discos, discografías enteras sólo por tener una simple conexión a
Internet; pero en esos tiempos, cuando los discos se tenían que piratear en la
casa del amigo afortunado que tenía el mejor computador del barrio, joyas como In the end, Crawling, Points of authority
y, mi amor a primera escuchada, Papercut,
no podían ser menos que atesoradas y adoradas con respeto. Hybrid theory, además de ser mi primer disco pirata, fue una de las
puertas que tuve que descubrir para luego abrir y avanzar rumbo al misterioso y
encantador mundo de la música.
Gracias a todos los dioses que la
muerte aún no pueda quitarnos los grandes discos y canciones que hacen que
podamos seguir en este mundo. De lo contrario, ¿cómo podríamos continuar aquí y
soportar nuestra existencia?