−¡Güeón,
¿les gusta mi disfraz?! –nos preguntó el Pancho.
Realmente
no sabíamos quién chucha era el Pancho, pero ahí estaba el culiao’, buscando un
disfraz con nosotros para ir a una fiesta a la cual, obviamente, no estaba
invitado.
−Voy
de fantasma.
−Güena, güeón, estai’ al otro lao’
con esa sábana.
−Sí, güeón, estai’ dao’ con esa
güeá’.
−¿La dura?; ¿no me quedaron mal
cortao’ los ojos? –quiso saber éste.
−No, hermano, todo bien, bacán. Vo’
dale nomá’.
−Vale, cabros.
Lo
que no sabía el culiao’ pao’, era que la sábana que llevaba puesta tenía una
gran mancha de caca en su parte trasera; el Mauro había vuelto a tener otra de
sus “pesadillas de vino” hacía dos noches; una de las peores, según su propio
juicio (si es que no había sido la peor); y nosotros, después de haber vomitado
por casi media hora, le creímos.