Con más de cuatro vasos de cerveza en el cuerpo, me era
imposible seguir resistiendo las ganas de ir a mear al baño. No quería
abandonar la conversación con los demás por nada del mundo: y es que cuando se
habla de conspiraciones, hasta he pensado en mearme encima con tal de no
perderme un segundo de lo que se dice.
Siempre he pensado que eso es
lo malo de los pubs: que el que va al baño, por lo general pierde en muchos
sentidos.
−¿Adónde vai’? –me preguntó el
Juan extrañado cuando me levanté de la mesa.
−A mear, güeón, ¡ya no doy más!
–y prácticamente troté en dirección al baño, dejándolos a todos con sus
comentarios sobre los reptilianos y el Gobierno cada vez más elevados de
volumen.
Fue un alivio encontrar
desocupado uno de los cubículos, porque no quería terminar ensuciando aún más
el horrible lugar en el que me encontraba. Cerré la puerta detrás de mí, abrí
la bragueta para sacar a amigo de su cautiverio y dejé que éste me librara de
todos los desperdicios acumulados en el cuerpo, sintiendo un placentero cosquilleo
en el escroto.
En eso se abre la puerta de mi
cubículo sin que me dé cuenta de nada y un hombre me dice:
−Callao’ vo’, güeón, no digai
na’.
Tenía pinta de treintón, con
barba de días y olor a cerveza rancia. Me dije: ah, este güeón me va a cagar,
suponiendo que con la casi nula seguridad del local se había atrevido a robarme
ahí mismo, en medio de todos.
Pero el tipo quería otra cosa.
−¿Qué güeá, loco, qué onda? –le dije.
−Oye, güeón, quédate callao’
mejor.
Yo no me había dado cuenta,
pero el tipo estaba sacando justamente de su billetera una pequeña bolsa
plástica junto a su carné de identidad. Ingenuo y todo, no sospeché lo que
tenía en mente hasta que introdujo la punta de éste último en la bolsa y se lo
echó todo por la nariz adentro.
−¡Conchatumare! –dijo el tipo,
sorbiendo tres veces seguidas−. ¡Uy!
Créanlo o no, el tipo exclamó
así.
−¿Querís un poco? –me ofreció,
extendiéndome la bolsa.
Todavía seguía meando cuando me
hizo la pregunta; sin embargo le dije que sí al tiro. Mientras me secaba
salpicando gotas para todos lados, el hombre me preparó el siguiente golpe.
−Te lo ponís debajo de la nariz
y –hizo el gesto de esnifar− jalai’.
Fácil.
Nunca antes me había metido
algo así al cuerpo, pero supe ahí por qué tanta gente era adicta a aquél
asunto: era como dormir después de mucho rato borracho, despertar sin resaca
alguna y seguir carreteando. ¡Hermoso!
−¡Mierda! –exclamé alucinado−.
¡Siento que se me caen los mocos!
−Sí, sí, está bien –me dijo el
tipo guardando sus cosas en la billetera. Acto seguido abrió un poco la puerta
del cubículo y miró afuera por la abertura−. Ahora escucha: tú nunca me viste,
¿ya?
−¿Por qué?; ¿qué onda?
−Parece que están los pacos
afuera.
−¿Y?
−Que me andan buscando po’,
güeón –me dijo el tipo−. ¿Qué otra güeá creís?
Entonces nos detuvimos y
escuchamos que alguien venía en dirección al baño; como estábamos los dos
dentro del mismo cubículo, decidimos cerrar la puerta para que no pensaran nada
malo de nosotros, lo cual, al final de cuentas, fue todo un acierto: quien
venía hacia nosotros era uno de los pacos que había mencionado el hombre a mi
lado.
Dimos un respingo y nos hicimos
el gesto de mantenernos callados, arrugando las caras. Se escuchó una bragueta
abrirse y el consiguiente chapoteo del meado contra el fondo de la taza. Casi
al instante, sonó el celular del sujeto en cuestión; el paco demoró un par de
segundos en contestar.
−¿Aló, Yosi? ¡Sí, sí, cómo estai’!
No, na’, como el pico; ni un vendedor ambulante, ni un gitano, ni un mimo
maricón… No, nada. Vamo’ a volver a la comisaría ahora –Una pausa−. Parece que
la Vivi no va a estar en la casa, ya sabí’. Sí po’, anda con lo’ colaless rico’
eso’. ¡Sí, porque te voy a hacer cagar!
Con el tipo quedamos de una
pieza sin dejar de mirarnos. Sentía una de mis fosas nasales tapadas, como si
tuviera cemento adentro; pero me aguantaba las ganas de emitir cualquier ruido
por si despertaba el interés del hombre del otro cubículo.
El paco dejó de orinar y no
tardó en marcharse sin lavarse las manos (esto juzgando a partir de no haber escuchado
el activarse de la llave del agua). Yo, por otro lado, me sentía la mar de
sobrio.
−Pacos culiaos –dijo el hombre
abriendo la puerta.
−Sí, pacos culiaos –repetí.
−Oye, si te preguntan cualquier
güeá, nunca me viste. ¡Aunque te torturen, culiao’! –y dicho eso, se fue y
nunca más volví a verlo.
No obstante yo me quedé ahí un
buen rato esperando a que llegara otro paco, pensando que el tipo debía ser uno
de esos típicos locos paranoicos que no deja de sentirse perseguido por culpa
de la droga; y sin saber muy bien por qué, me dediqué el gesto contra mal de
ojo al más puro estilo de Dio, y me devolví a la mesa donde mis amigos continuaban
hablando de conspiraciones y esas cosas.
Al principio sentía la energía suficiente
como para estar despierto al menos unos dos días sin parar, las mandíbulas
apretadas y el corazón latiendo desbocado; así que por lo mismo tomé un vaso de
cerveza tras otro, y otro, y otro, hasta que tal y como sucede con las
estrellas de invencibilidad de la saga de Mario, el efecto preciado se agotó y
volví a ser otro humano miserable más sobre la tierra…, un ser humano miserable
que siente como si su cuerpo hubiera sido violado y cortado en distintas
partes, para ser más exactos.