Largo camino a la ruina #11: La energía

Con más de cuatro vasos de cerveza en el cuerpo, me era imposible seguir resistiendo las ganas de ir a mear al baño. No quería abandonar la conversación con los demás por nada del mundo: y es que cuando se habla de conspiraciones, hasta he pensado en mearme encima con tal de no perderme un segundo de lo que se dice.
Siempre he pensado que eso es lo malo de los pubs: que el que va al baño, por lo general pierde en muchos sentidos.
−¿Adónde vai’? –me preguntó el Juan extrañado cuando me levanté de la mesa.
−A mear, güeón, ¡ya no doy más! –y prácticamente troté en dirección al baño, dejándolos a todos con sus comentarios sobre los reptilianos y el Gobierno cada vez más elevados de volumen.
Fue un alivio encontrar desocupado uno de los cubículos, porque no quería terminar ensuciando aún más el horrible lugar en el que me encontraba. Cerré la puerta detrás de mí, abrí la bragueta para sacar a amigo de su cautiverio y dejé que éste me librara de todos los desperdicios acumulados en el cuerpo, sintiendo un placentero cosquilleo en el escroto.
En eso se abre la puerta de mi cubículo sin que me dé cuenta de nada y un hombre me dice:
−Callao’ vo’, güeón, no digai na’.
Tenía pinta de treintón, con barba de días y olor a cerveza rancia. Me dije: ah, este güeón me va a cagar, suponiendo que con la casi nula seguridad del local se había atrevido a robarme ahí mismo, en medio de todos.
Pero el tipo quería otra cosa.
−¿Qué güeá, loco, qué onda? –le dije.
−Oye, güeón, quédate callao’ mejor.
Yo no me había dado cuenta, pero el tipo estaba sacando justamente de su billetera una pequeña bolsa plástica junto a su carné de identidad. Ingenuo y todo, no sospeché lo que tenía en mente hasta que introdujo la punta de éste último en la bolsa y se lo echó todo por la nariz adentro.
−¡Conchatumare! –dijo el tipo, sorbiendo tres veces seguidas−. ¡Uy!
Créanlo o no, el tipo exclamó así.
−¿Querís un poco? –me ofreció, extendiéndome la bolsa.
Todavía seguía meando cuando me hizo la pregunta; sin embargo le dije que sí al tiro. Mientras me secaba salpicando gotas para todos lados, el hombre me preparó el siguiente golpe.
−Te lo ponís debajo de la nariz y –hizo el gesto de esnifar− jalai’.
Fácil.
Nunca antes me había metido algo así al cuerpo, pero supe ahí por qué tanta gente era adicta a aquél asunto: era como dormir después de mucho rato borracho, despertar sin resaca alguna y seguir carreteando. ¡Hermoso!
−¡Mierda! –exclamé alucinado−. ¡Siento que se me caen los mocos!
−Sí, sí, está bien –me dijo el tipo guardando sus cosas en la billetera. Acto seguido abrió un poco la puerta del cubículo y miró afuera por la abertura−. Ahora escucha: tú nunca me viste, ¿ya?
−¿Por qué?; ¿qué onda?
−Parece que están los pacos afuera.
−¿Y?
−Que me andan buscando po’, güeón –me dijo el tipo−. ¿Qué otra güeá creís?
Entonces nos detuvimos y escuchamos que alguien venía en dirección al baño; como estábamos los dos dentro del mismo cubículo, decidimos cerrar la puerta para que no pensaran nada malo de nosotros, lo cual, al final de cuentas, fue todo un acierto: quien venía hacia nosotros era uno de los pacos que había mencionado el hombre a mi lado.
Dimos un respingo y nos hicimos el gesto de mantenernos callados, arrugando las caras. Se escuchó una bragueta abrirse y el consiguiente chapoteo del meado contra el fondo de la taza. Casi al instante, sonó el celular del sujeto en cuestión; el paco demoró un par de segundos en contestar.
−¿Aló, Yosi? ¡Sí, sí, cómo estai’! No, na’, como el pico; ni un vendedor ambulante, ni un gitano, ni un mimo maricón… No, nada. Vamo’ a volver a la comisaría ahora –Una pausa−. Parece que la Vivi no va a estar en la casa, ya sabí’. Sí po’, anda con lo’ colaless rico’ eso’. ¡Sí, porque te voy a hacer cagar!
Con el tipo quedamos de una pieza sin dejar de mirarnos. Sentía una de mis fosas nasales tapadas, como si tuviera cemento adentro; pero me aguantaba las ganas de emitir cualquier ruido por si despertaba el interés del hombre del otro cubículo.
El paco dejó de orinar y no tardó en marcharse sin lavarse las manos (esto juzgando a partir de no haber escuchado el activarse de la llave del agua). Yo, por otro lado, me sentía la mar de sobrio.
−Pacos culiaos –dijo el hombre abriendo la puerta.
−Sí, pacos culiaos –repetí.
−Oye, si te preguntan cualquier güeá, nunca me viste. ¡Aunque te torturen, culiao’! –y dicho eso, se fue y nunca más volví a verlo.
No obstante yo me quedé ahí un buen rato esperando a que llegara otro paco, pensando que el tipo debía ser uno de esos típicos locos paranoicos que no deja de sentirse perseguido por culpa de la droga; y sin saber muy bien por qué, me dediqué el gesto contra mal de ojo al más puro estilo de Dio, y me devolví a la mesa donde mis amigos continuaban hablando de conspiraciones y esas cosas.

Al principio sentía la energía suficiente como para estar despierto al menos unos dos días sin parar, las mandíbulas apretadas y el corazón latiendo desbocado; así que por lo mismo tomé un vaso de cerveza tras otro, y otro, y otro, hasta que tal y como sucede con las estrellas de invencibilidad de la saga de Mario, el efecto preciado se agotó y volví a ser otro humano miserable más sobre la tierra…, un ser humano miserable que siente como si su cuerpo hubiera sido violado y cortado en distintas partes, para ser más exactos.