Estaba
tratando de concentrarme en la biblioteca de la universidad cuando apareció un
viejo amigo del colegio donde cursé mis primeros estudios, allá lejos de la
ciudad. Tenía una cara de mierda, mezcla de lo que parecía un mal rato y la
resaca. Nos saludamos dándonos un apretón de manos.
−De hace rato que no te veía –le
dije, sonriéndole.
−Las pruebas culiás me tienen pa’l
hoyo –replicó éste, dejando caer su mochila en la mesa que estaba ocupando−. Má’
encima mi hermana hizo algo que me tiene pa’ la cagá’.
−¿Le pasó algo malo?
−No, güeón, pero… −Sebastián, mi
amigo, miró a los costados para comprobar que nadie nos prestaba atención−.
Puta, sé que no debería contarte esta güeá, pero… mi hermana se operó, güeón.
−¿Se operó? –Debo haber puesto cara
de alarmado−. ¿Se puso pene?
−¡No, güeón, eso no! Pero sí, se
hizo un cambio en el cuerpo.
Mi amigo dejó la frase como si
esperara que yo adivinara de qué iba el asunto.
−¿Se puso tetas? –dije.
−Sí, güeón, se puso tetas.
−Ya, ¿y eso qué tiene de malo?
−¡Puta, no sé –exclamó el
Sebastián−, que es rara la güeá! –Alguien chistó desde una mesa ubicada a unos
cuantos metros de nosotros, pidiendo silencio−. O sea está bien –agregó,
bajando el volumen de su voz−; que se ponga tetas y todo eso es asunto de ella.
Pero yo pensaba que esas cosas no pasaban en la vida real; yo pensaba que esas
güeás sólo pasaban en las teleseries.
−Pues estás mal. La gente hoy en día
se pone tetas y es lo más normal del mundo.
−¡Pero es mi hermana!
−Tu hermana ya es una mujer grande,
puede hacer la mierda que se le antoje.
−Creo que no me entendís…
−Claro que no te entiendo: no tengo
una hermana con qué imaginarme una operación de esa calaña. Pero de haberla
tenido, demás que le doy mis felicitaciones y la apoyo con su decisión.
−Sí, cómo no –dijo el Sebastián,
irónico−. ¿Oye?
−¿Qué?
−¿Por qué te estai’ mirando así las
manos?
−Porque estoy pensando en que para
seguir metiéndome con tu hermana, voy a tener que agrandarlas.
−Conchesumadre…