−Así que te volvieron a
echar de la pensión –me dijo el Juan, mirándome del otro lado de la reja; aún
estaba en pijama y sus ojos tenían residuos de legañas secas.
−Puta, sí –le respondí–; la dueña cachó las plantas que
tenía en la pieza y quedó la cagá’; me quería echar hasta los pacos.
Juan negó con la cabeza y se acercó a la cerradura para
abrirla con la llave que tenía en su mano; olía como cuando mi abuelo tomaba
cerveza todo el día, hasta que se quedaba tumbado sobre la mesa, raja curao’.
−Pasa, güeón.
−Vale, culiao’, te pasaste –Entré por el resquicio que
había abierto en la reja (para evitar que su perro saliera a la calle) y me
ayudó a llevar todas mis cosas hasta el living de su casa. Ahí dentro todo era
un completo desastre: habían montones de latas de cerveza repartidas por el
suelo, colillas de cigarro y pitos de marihuana rebosando un cenicero, un bong
cargado con agua sobre la mesa (al lado de tres botellas de pisco Capel vacías)
y las paredes llenas de manchas de vino. Un amigo suyo dormía roncando en el
sillón principal; estaba en calzoncillos, luciendo una fea mancha café en el
sector de su recto−. Se nota que vivís solo ahora.
−Sí, güeón.
Miré para todos lados, pensando más o menos en lo
siguiente que tenía que decir.
−Oye, Juan culiao’.
−¿Qué güeá’?
−Mmmm…, ¿puedo quedarme acá unos días?
El Juan se sentó en el borde del sillón en el que dormía
su amigo y se puso a revisar entre las cosas desordenadas de la mesa; segundos
después, estaba echando algo de marihuana a su bong.
−¿Tú qué creís? –me preguntó.
−¿Que creo qué?
−¿Qué creís que te voy a decir? –Prendió la marihuana de
su bong y fumó.
−Mmmm…, ¿que sí?
−Sí po’, güeón, cómo te voy a decir que no –Echó el humo
afuera y me pasó el bong y el encendedor−. Güeón pao’.
−Vale, güeón… −Tosí y chocamos nuestros puños−. Vale; porque
encontrar pensión AHORA es más difícil que el Templo del Agua del Zelda.
Juan asintió mientras encendía un cigarro.
No
sé cómo no me di cuenta en ese momento que mi vida estaba a punto de irse a la
mierda.