Estaba en el baño, cagando
antes de irme a clases, cuando mi mamá me llamó al celular; como lo estaba
ocupando para pasar el tiempo en Facebook (sin ver realmente nada importante),
no la hice esperar mucho.
−Hola, mamá.
−Hola, hijo. ¿Cómo estai’?
−Bien, bien, acá, preparándome para irme a clases.
−¿Y por qué se escucha un eco?
−Porque estoy en el baño, liberando a Willy.
−Ah, ya veo, ya veo –Hizo una pausa; sabía que no me iba
a cortar: que estuviera en el baño jamás significó un pretexto para que me cortara
sus llamadas−. ¿Ya estai’ en la casa de tu amigo?
−Sí. Me vine ayer.
−¿Y te costó mucho llevar las cosas hasta allá?
−No, no; eran pocas en realidad.
−Ah, menos mal.
Mi mamá esperó por unos segundos, pensando en cuáles
serían sus siguientes palabras. Podía escuchar los engranes de su mente
trabajar del otro lado de la línea.
−Oye, Felipe, ¿por qué te fuiste de la otra pensión?
−Porque la dueña intentó abusar de mí.
−¿Pero que no tenía sesenta años?
−Sí, pero era caliente como una de catorce.
−Ah.
−¿Y tú, cómo estai’? –le pregunté, cambiando de tema
inmediatamente. Del living de la casa provenían unos pocos gritos apagados de
los curaos que se negaban a aceptar que la noche y la fiesta habían terminado;
creo que un par de ellos se disputaban unas carreras de Mario Kart (el de Wii), o unas peleas de Super Smash Bros. (Brawl).
El que perdía, al parecer, tendría que correr desnudo por la casa gritando:
“¡mírenme, soy un marica, soy un marica!”.
−Bien, bien, preparándome para irme a la pega.
−¿Y la abuela?
Se demoró un par de segundos en responderme.
−Eh, sí, más o menos.
−Mmmm –Aquello no sonaba bien.
−¿Oye? –me preguntó ella.
−¿Qué?
−¿Por qué se escuchan gritos afuera? –Si la hubiera
tenido al frente mío, estoy seguro que habría dicho esto con su ceño fruncido.
−Son los otros amigos que también tienen que ir a clases.
−¿Viven todos ellos ahí?
−A veces.
En el living todos rompieron a gritar estruendosamente
para aclamar al Mauro (ahora sabía que él estaba metido en todo ese embrollo)
como el vencedor del duelo; comencé a prepararme mentalmente para ver a alguno
de los demás desnudo y gritando: “¡mírenme, soy un marica, soy un marica!” por
toda la casa. ¿Todas las mañanas eran así donde este culiao’ del Juan?
−Parece como si quisieran usar luego el baño –me dijo mi
mamá, con un tono preocupado.
−Debe haberles caído mal la pizza de anoche.
Mentira: nos
habíamos gastado la plata de las pizzas en dos botellones de vino y un montón
de cervezas.
−Me imagino –Mi mamá se escuchó algo incómoda−. Felipe,
creo que te llamaré más tarde.
−Está bien, mamá.
−Si necesitai’ algo, plata, me avisai’ ¿ya?
−Okey.
−Trata de desocupar luego el baño: creo que tus amigos no
aguantan más.
Al parecer, quien tenía que pagar la penitencia ya se
había desvestido por completo: los demás le aplaudían sin dejar de vociferar,
azuzándolo para que comenzara a recitar lo que tenía que recitar.
−Sí, mamá. Ya me levanto del trono.
−Cuídate –me pidió, y luego hizo una pausa−. Te quiero
–agregó.
−Yo también.
−Chao –me dijo, y cortó.
Resoplé, sintiendo un raro malestar en mi pecho, y me
limpié y tiré la cadena. Para cuando me lavé las manos y los dientes y salí de
ahí, el Juan pasó al lado mío (corriendo pasillo arriba) gritando en pelota:
“¡mírenme, soy un marica, soy un marica!”, sin dejar de reír en ningún momento.