Estábamos lavando los platos
después de haber almorzado arroz con atún por tercera vez en la semana
(estábamos a miércoles), cuando el Juan me dice.
−¿Oye, cachaste que la Sara está embarazada?
−¿La Sara, Sara?;
¿la del curso?
−Sí, güeón, ésa.
−¿Ya, qué onda? ¿Y no cachai’ de quién es la güagüa?
−No; creo que ni ella sabe.
−Qué mala –Lo decía en serio.
Juan se quedó un rato callado mientras enjuagaba los
vasos en que habíamos tomado cerveza al almuerzo.
Entonces me dijo:
−¿Hay cachao’ que todas las minas que eran feas en el
colegio, las más piolas, las que nadie pescaba, ahora son exitosas, se gastan
los medios cueros y tienen casi todo lo que quieren, mientras que las que eran
bacanes, mijitas ricas y populares, ahora tienen como cuatro hijos, están pa’
la cagá’ y nadie las pesca?
Lo pensé y me di cuenta que el Juan tenía razón.
−Tenís razón, güeón –le dije−. ¿Por qué pasará esa güeá’?
−No sé, güeón, ni idea –Dejó el último plato en el posa
platos y se secó las manos con un mantel a su izquierda−. ¿Me acompañai’ a
hacer una mano de pitos ahora?
Tomé un vaso de agua y, como era de esperar, le respondí:
−Vamos, culiao’.