Cuelgo de las hebras de tu
cabello, de tu sabor a tostadas con mermelada de durazno y los tés por la
mañana. Cuelgo y vivo en el ámbar de tu taza, en el dulzor vivo entre tus
manos, en el cosmético corrido que despierta contigo. Vivo y muero en el vapor de
tus quejidos, en el color de tus susurros, en el sabor de tus uñas, en el
secreto de tus muslos. Muero cada vez que nos levantamos y fingimos que no nos
conocemos en la calle, bajo la luz del sol, ante esa atenta mirada de quienes
nos conocen y creen poder ver en el interior de nuestros cuerpos. Muero cada
vez que pongo un pie fuera de esta cama.