Historia #219: Un problema de dimensiones pequeñas

apenas terminé de cagar, me limpié el culo y me quedé un rato mirando en el espejo. estaba en eso de sacarme unos cuantos puntos negros cuando algo del otro lado de la ventana me llamó la atención. bah, qué onda, dije, y fui a ver qué onda. ahí quedé pa’ la cagá: ¡qué chucha: había un enano con la cara máxima arrugá’ en el patio, mirándome fijo! mandé un grito de eso’ y fui corriendo al living; ahí estaba mi papá y mi hermana chica, mirando fijo algo en uno de los rincones. ¡papá, hermana, hay un enano en el patio!, les dije, pero no me pescaron; entonces observé mejor y me di cuenta que ahí también había otro enano, igual de feo que el del patio. ¡no me hagan nada!, dijo el enano, con tono suplicante. ¡no me hagan nada, somos buenos! estamos buscando a nuestro amigo Humberto, que se perdió y su mamá lo anda buscando desesperado. al principio seguimos mirándolo sin saber qué güeá hacer, pero mi papá, que es un poco alterado, reaccionó sacándose un zapato para arrojárselo en plena la cara, mandándolo contra la pared tras él. el enano se levantó, iracundo, como impulsado por un resorte. se limpió un hilillo de sangre de la boca y nos apuntó con el dedo. ¡hijos de puta, se atrevieron a atacarnos!, chilló el hombrecito, con la voz mucho más aguda. entonces chocó sus palmas tres veces y esperó por unos breves segundos a que hubiera algún tipo de respuesta. pensamos que el muy idiota estaba tratando de meternos miedo sin obtener ningún resultado, pero después de sentir un breve y suave temblor, supimos que estábamos lejos de estar en lo cierto: de bajo nuestros pies nos llegaba el rumor de cientos de rasguños contra la madera, como si intentaran hacer un boquete desde el otro lado. ¡son más de esos hijos de perra!, dijo mi papá, tomando la lámpara que tenía cerca. ¡prepárense! miré a mi alrededor y di con un florero grande y duro; mi hermana hizo lo mismo con una estatuilla de elefante que la tía Rosa nos trajo de su viaje por Europa y que ella siempre había odiado. primero rompieron la madera bajo el mueble de los platos, cayendo un montón de estos sobre sus cabezas cuando intentaron salir; luego otro puñado hizo lo mismo con el que guardaba nuestra colección de cuchillos familiar, muriendo un número considerable de ellos atravesados o cercenados. estábamos tan enfrascados riéndonos de las estupideces de estos enanos, que no nos percatamos que otro grupo de ellos estaba a punto de romper el suelo bajo nuestros pies. mi hermana, que alcanzó a darse cuenta, nos dio un codazo y echamos unos pasos atrás justo a tiempo, listos para hacer mierda a esos hijos de puta. el primero que salió del agujero que acababan de abrir terminó sin gran parte de su cabeza: mi papá le dio de lleno con la lámpara, salpicando trozos de carne contra las paredes. los siguientes, desmoralizados ante tantas bajas enanas, no pudieron hacer mucho contra nosotros: cuando nos saltaban encima, le dábamos limpiamente con nuestros objetos, impidiendo que nos pusieran sus malditas manos encima. hasta que escuchamos ceder el suelo de la cocina y vimos cómo un tropel de enanos entraba al living dispuestos a darnos nuestro merecido. pudimos con los primeros de ellos como lo hicimos con los anteriores, pero llegó un momento en que su número nos abrumó y no pudimos contra todos a la vez: unos nos agarraron de las piernas, clavándonos sus dientes como alfileres, otros intentaban llegar a nuestro cuello, como si quisieran devorarlo, otros limpia y llanamente se encaramaban por nuestros cuerpos con el fin de llegar a nuestra cabeza y destrozar nuestros lindos rostros. encajé un trozo de mi florero roto a uno de los enanos en el cuello, le aplasté el cráneo a otro con mis zapatillas y arrojé a uno que intentaba morderme el brazo contra la ventana que daba a la calle. ¡salgamos de acá!, gritó mi papá, quitándole un enano de encima a mi hermana y abriendo camino hasta la puerta de salida, cosa difícil porque el lugar parecía lleno de esas pequeñas mierdas, unos muertos y otros revoloteando por ahí, dispuestos a matarnos o herirnos, sin piernas o brazos o con alguna que otra extremidad rota. por un momento pensé que no lo lograríamos, pero papá logró abrir la puerta y todo se me hizo mucho más fácil. ahí afuera nos dimos cuenta que no éramos los únicos con problemas como los nuestros: en la calle y en las casas vecinas también había gente como nosotros dándole la pelea a más enanos que salían por debajo del suelo, unos con bates, otros con sables y cuchillos. estos sí que están preparados, comentó mi hermana, golpeando a un enano que se acercaba corriendo a ella. nos dirigimos a mitad de la calle para reunirnos con nuestros vecinos y formar un grupo capaz de resistir el gran número de enanos de mierda que nos atacaba. ¡de dónde han salido estos putos!, nos preguntó un vecino cuando llegamos a su lado; blandía una espada capaz de cortar en dos a esas criaturas, mientras yo sostenía un miserable trozo de florero roto. bueno, el asunto fue que más personas se unieron a nuestro grupo; el matar a esas basuras pequeñas se nos hizo tan fácil, que hasta nos relajamos un poco. para cuando acabamos con todos ellos, muchos de los nuestros se encontraban analizando los cuerpos de los enanos muertos mientras fumaban, como en una de esas escenas post batalla de una película de guerra. conversamos un poco a la vez que reuníamos sus cuerpos y les prendíamos fuego; al parecer todos los enanos buscaban a un tal Humberto, cuya madre estaba desesperada por encontrarlo, pero entre tanto varón y mujer enana repartida entre los cadáveres, no dudamos en que quizá hasta los habíamos matado a ambos. por lo mismo dejamos de preocuparnos y decidimos que todo aquella situación sería un secreto nuestro y sólo nuestro; no podía salir de nuestro vecindario. y así fue, de hecho.

            cuando mi mamá llegó de su trabajo tarde esa noche, nos preguntó que por qué tanto desorden y piras de fuego encendidas en tantas calles, como si hubiéramos celebrado algún tipo de festival durante su ausencia. nos azotó un pequeño temblor, explicó mi papá, mirándose la suela de los zapatos para no reírse. un temblor que sólo afectó a las casas de este sector, agregó. vaya, que cosa más curiosa, dijo mi mamá, antes de darle el primer mordisco a su pan de las onces. y bueno, es que a veces mamá llega tan cansada a casa, que no tiene energías de cuestionar absolutamente nada. todo un alivio para muchos, por cierto.