Como no tenía nada que hacer
ese sábado por la tarde, Luis aprovechó de dedicar su tiempo al primer borrador
de un viejo ensayo que llevaba más de un año sin poder terminar: trataba sobre el
impacto de la música y su mensaje en la gente que la oía, tema que muchos de
sus amigos comentaron positivamente pero que, por desgracia, cada vez se le
hacía más y más carente de sentido. En un comienzo le pareció que su trabajo
sería de mucho interés para quienes concibieran aquel arte como lo hacía él
(algo indispensable y profundo), sobre todo con toda la difusión y
accesibilidad de la que disfrutaba hoy en día, pero a medida que pasaban las
semanas y luego los meses, las ideas se le fueron aflojando, sus argumentos
diluyendo y la motivación, por último, agotando. Entonces llegó la frustración
y la posterior parcelación de su entrega para con su ensayo.
Pero ese día quería echarle una repasada, aprovechar que
era feriado, que no había trabajado por la mañana y que tenía las energías suficientes
y la mente aireada y fresca como para hacerle frente.
Luis le dio las gracias a su mamá por el almuerzo que
había preparado y acto seguido se dedicó a lavar los platos con la ayuda de su
hermana, conversando sobre los últimos estrenos del cine y lo horrible que era
su cartelera últimamente. Luego, Luis se dirigió a su cuarto en la primera
planta de la casa y encendió su computador para comprobar hasta qué punto había
llegado en su ensayo.
En él se notaba un inicio vibrante, una exposición de ideas
que le dejó la sensación incluso de haberlas copiado, de no haber sido él quien
las plasmó en esas planas frías de Word que tanta incertidumbre resultaban cuando
estaban vacías. Sin embargo a medida que avanzaba, se iba haciendo cada vez más
patente una falta de empeño y dedicación con su trabajo, además de la obvia
falta de tiempo, con una reiteración de palabras claves, burdas maneras de
hacer diferentes referencias a un punto ya manoseado y un tedio reflejado en
oraciones y frases cortas entre puntos seguidos, muy a la usanza de alguien que
quiere llamar la atención del lector pero de forma muy mal aplicada.
Al principio se sintió horrorizado por lo mal que había
llevado su trabajo, lo deficiente que había sido para con él como con todos sus
demás proyectos anteriores de la misma índole, pero tras volver a echarle una
repasada al comienzo de éste y ver lo enérgico que sonaba todo, recuperó
confianza en sí mismo y se decidió por continuar desde el último punto que
había expuesto, consciente que después de todo aquel no era más que el primer
borrador de su trabajo.
Luis abrió el archivo donde tenía sus apuntes y empezó a
picar el teclado tratando de hilar sus ideas guardadas, al comienzo de manera
lenta, casi flemática, luego rápida, más segura que antes. A veces, cuando se
detenía entre punto y punto tratando de conectar las palabras dentro de su
cabeza y así expresarlas de la mejor forma posible, Luis se desperezaba en su
asiento y comenzaba a prestarle atención a las pisadas de su mamá y su hermana
en el segundo piso. Jamás lo hubiera imaginado, pero Luis descubrió que en un
estado de motivación como en el que se encontraba, ruidos indicadores de más
personas dentro de la casa como aquellos le favorecían enormemente más que
entorpecerle, haciéndole sentir que el tiempo continuaba avanzando igual que su
ensayo.
Para cuando el joven sintió que el apetito empezaba a
dominarle, se percató que su cuarto se había sumido en la penumbra y que ya era
necesario encender la luz del techo para no seguir dañando su vista con el
brillo de la pantalla del computador. Consultó la hora en este último y supo
que ya eran cerca de las ocho de la tarde; se preguntó si su mamá y su hermana
seguían probándose vestidos frente al espejo en el segundo piso y si ya tenían
algo de hambre como para ir él a comprar pan y preparar algo para las onces.
Estirando su cuerpo (escuchando cómo crujían un montón de
vértebras), Luis se incorporó, encendió la luz cuyo interruptor estaba a un
lado de la entrada y encaminó por el umbrío pasillo de la casa hasta las
escaleras al piso superior.
En un comienzo pensó que le jugaban una broma; porque a
veces a su hermana le gustaba jugarle bromas de ese tipo; pero al llegar al
rellano y ver que las habitaciones tanto de su madre como la de su hermana se
hallaban cerradas con llave (como siempre acostumbraban a dejarlas cuando
salían), comprobadas por él mismo, sintió que algo extraño se anidaba en su
estómago, una sensación muy parecida a la angustia.
Estaba seguro de haber escuchado pasos adentro de los
cuartos antes de subir por las escaleras; de hecho, hasta había pensado que su
mamá y su hermana continuaban probándose vestidos como cuando todavía había luz
solar ingresando en la casa. No obstante, al parecer, todo había sido producto
de su imaginación… O tal vez había estado tan enfrascado terminando su ensayo,
que ni siquiera se había percatado que su mamá y su hermana le anunciaban que
saldrían al centro en auto a comprar o a pasear por sus alrededores. Luis creyó
esto último muy plausible hasta que dio el primer paso hacia la escalera y
volvió a sentir pasos dentro del cuarto de su madre.
−¿Mamá? –llamó sin obtener respuesta. Luis pensó que
podía tratarse de la madera crujiendo por culpa de los cambios de temperatura,
mas los ruidos eran notoriamente pisadas (pasos, uno tras otro, avanzando
centímetros y centímetros). Con esa idea en mente, y sintiéndose más desolado
que nunca, bajó hasta la primera planta sin dejar de escuchar cómo alguien
dentro, que no era ni su mamá ni su hermana, avanzaba por la habitación de un
extremo a otro con toda la calma del mundo. Luis continuó creyendo que todo se
debía a un fenómeno natural relacionado con las variaciones de temperatura,
pero tras escuchar cómo la cerradura del cuarto se corría para dar paso a la
consiguiente apertura de la puerta con una calma abrumadora, supo que estaba
lejos de estar acertado.
Y así, sin poder hacer nada al respecto, paralizado,
aterrorizado, escuchó cómo la parte superior de la escalera comenzaba a crujir
como si alguien bajara por ella. Un paso, luego otro más seguro, y otro, y
otro…