No hay nada como despertar,
ir a la cocina y que tu papá te esté esperando con un cuenco lleno de palta
molida y rico pan amasado hecho por sus propias manos en la mesa, las mismas
que te golpearon y estrangularon cuando eras un pequeño recién nacido y te
volaron unos cuantos dientes durante tu crecimiento.
¡Ay, el amor paternal!