Historia #135: Amigos, vecinos



Resulta que la mañana del domingo pasó un joven vociferando con un megáfono por todo el sector donde vivo, anunciando que todos los que querían libros gratis se acercaran a una camioneta apostada al lado de una plaza cerca de mi casa. Me puse los calzoncillos con rapidez y fui en pijama al punto de encuentro, viendo cómo otros vecinos, grandes y chicos, salían de sus casas en el mismo estado que el mío para comprobar si todo era cierto.
            Y claro, era verdad: había una camioneta apostada al lado de la plaza regalando libros, con un joven dando claras instrucciones para retirar los presentes procurando que nadie quedara sin el suyo. Había un montón de títulos de la literatura universal y requerida para los niños en la educación básica y media. Como fui con mis papás y mi hermana chica a buscarlos, pudimos llevarnos más de una copia a nuestra casa, pero luego de girar mi cabeza y mirar a toda la gente concurrida, noté que me asaltaba una extraña sensación que llevaba tiempo sin sentir gracias a una situación parecida: me di cuenta que había pasado una eternidad sin que viera a los vecinos del barrio reunidos para una causa común, aunque esta fuera sólo para recibir libros de regalos; recordé entonces que antes celebrábamos las Fiestas Patrias juntos, adornábamos las calles para Año Nuevo, salíamos a compartir nuestros regalos y comida en Nochebuena de una casa a otra. Ahora, de todo eso, sólo queda un vago recuerdo. Y, tratando de dar con el por qué, pienso que todo es culpa de la poca confianza que tenemos los unos para con los otros. Porque ya no existe eso de cuidarse la casa entre vecinos, de comunicar que por el fin de semana se va a estar lejos y que si por esas cosas de la vida pudieran echarle una mirada de vez en cuando al hogar para cerciorarse que no hay nadie robando, se les agradecería un montón el gesto; pero no, ya no existe nada de eso, porque nos tememos los unos a los otros, nos vemos como posibles ladrones de propiedad, probables vendedores de información para estos. Nos tenemos miedo y eso nos hace un verdadero mal: porque debilitamos nuestros vínculos entre pares, perdemos aquella comunicación tan fundamental para conformar una sociedad con una base plena y suficiente, todo esto por culpa de hacernos creer que el mal está entre nosotros, en todos lados, y que el otro, el que está al lado tuyo, es el verdadero y rotundo enemigo, todo esto gracias a las noticias y su insoportable barullo informático que si bien nos muestra una pincelada de nuestra realidad (sólo una pincelada, ojo), ésta es errada y manipulada para los propios beneficios de quienes se esfuerzan día a día en emitirlas. Porque se sabe que una sociedad dividida, fragmentada, aislada, llena de miedo, no es una sociedad de peso, sólo un montón de peones aptos para moverse por intereses ajenos, los mismos que llenan sus bolsillos al fin y al cabo.
            Es por eso que deberíamos buscar un cambio al respecto y empezar a fortalecer los vínculos entre nuestros pares, estar conscientes que la unión hace la fuerza, que estamos todos en igual de condición para el mismo problema, saber mejor quién es nuestro vecino y que puede existir una ayuda recíproca por parte de ambos. No es una tarea tan difícil, después de todo: somos humanos, amigos y hermanos, y si estuvimos juntos una vez hombro con hombro (en Año Nuevo, Fiestas Patrias, Navidad, durante aquella mañana en que de una camioneta sacaron libros para regalarnos a todos), lo podremos volver a hacer otra y otra vez como antaño.