Cuando pienso que la idiotez
humana no tiene límites, siempre viene alguien y me lo corrobora. Esta vez fue
en el supermercado, donde la gente suele comportarse aún más idiota que de
costumbre, un hombre con su hija de unos tres, cuatro años, comprando una carne
de bandeja y un paquete de galletas Criolllitas. Tomé el primero de los objetos
y lo eché en una bolsa chica y esperé a que me dijera algo al respecto del
segundo, como que se lo iban a comer de inmediato o que en realidad no
necesitaba de una bolsa; sin embargo el tipo me miró feo y me dijo: oye, la
galleta también con bolsa…, ¡pero no junto a la carne, que se infecta! Pensé en
la cantidad de plástico que hay entre un envoltorio y otro y el nulo contacto
que tenían realmente los productos, mas hice caso omiso y le eché el paquete de
galletas en otra bolsa chica. El tipo con su hija recibieron la boleta, ni
siquiera se despidieron de ninguno de nosotros –ni de la cajera ni de mí− y se
fueron, el hombre abriendo la bolsa de las galletas para vaciarla y botarla en
el primer basurero que encontró al paso.
Pensé: ahí tienen, la prueba fehaciente de que la idiotez
humana no tiene límites, mirando cómo el tipo le sonreía a su pequeña hija, y
ella le sonreía a él. No, no tiene límites.