Cuento #83: "I try"



María se sintió enormemente realizada al poder abrir la puerta de la casa con una mano y sostener a Alberto, su novio hecho todo un estropajo, con la otra; a diferencia de otras muchas veces, en ésta no cayó al suelo en ningún momento, ni se golpeó con un poste de electricidad tropezando estúpidamente, ni siquiera hizo el intento de vomitarle encima como ya lo había hecho antes, lo cual era toda una proeza. María supo que la clave estaba en rodearlo con el brazo, tomarlo por debajo de su axila y apretarlo contra sí, no en acarrearlo como a un niño insolente y vomitivo de seis años.
            La cerradura soltó su característico click y María tuvo que sostener con fuerza el cuerpo de Alberto para poder encender la luz con su mano desocupada. Cerró la puerta tras de sí y llevó a su novio hasta el cuarto que compartían, donde lo recostó sobre la cama para poder ir al baño a hacer sus necesidades y lavarse los dientes. Para cuando volvió, Alberto seguía en la misma posición, roncando como si ganara millones con ello. María entonces continuó con su labor de buena novia sacándole los zapatos, los pantalones, la chaqueta y la polera que hedía a cebolla; acto seguido, le puso el piyama y apagó la luz del techo para encender la de la mesita de noche y luego hacer lo mismo con el televisor para ver el canal de los videos musicales antiguos.  
            Eran cerca de las cuatro de la madrugada, Alberto dormía como un muerto y ella estaba sobria como un recién nacido: su novio, al igual que en muchas otras ocasiones, le había arruinado la fiesta emborrachándose mucho antes que ella. Resoplando y sintiéndose algo cansada, María fue quitándose la ropa para ponerse el piyama y acostarse al lado de Alberto antes que éste comenzara a abarcar toda la cama con su cuerpo. Lo empujó hasta el otro lado de ésta y se acomodó para ver unos cuantos videos musicales antes de dormir.
            No sabía por qué, pero María pensaba en lo genial que sería que después de esas fiestas de día sábado, Alberto llegara consciente (sobrio era mucho pedir) a casa, dispuesto a pasar un momento agradable antes de dormir y decirle adiós al mundo por unas cuantas horas. Porque cosas así nunca las hacía: simplemente se emborrachaba y se desembarazaba de cualquier responsabilidad para con él, dejándola a cargo de todo el trámite que seguía luego (como llevarlo a casa a rastras, por ejemplo). Por eso María pensó en que sería una muy buena idea hablar con él sobre el tema al día siguiente y así intentar llegar a un consenso justo para ambos, uno que también le permitiera emborracharse y pasar un momento agradable a ella; era lo razonable, ¿no?
            Alberto balbuceó unas palabras en sueños y se removió a su lado; María notó, luego de un roce contra su muslo derecho, que el pene de éste se encontraba erecto. En un principio, María se sintió un poco molesta, no quería que su novio le siguiera fastidiando aún acostado, pero luego de pensarlo más fríamente, se dio cuenta que éste ni siquiera se hallaba consciente. María entonces corrió un poco las frazadas hasta la altura de la cintura y vio que del piyama de Alberto se alzaba, imponente, su monolito por debajo de la tela.
María sintió una extraña picazón dentro suyo, para luego frotar sus propias piernas de manera involuntaria una contra otra, reconociendo el llamado del creciente animal en su interior.
Así llevó una de sus manos hasta el pene de Alberto y comenzó a tocarlo para asegurarse que aquello estaba ocurriendo de verdad; por lo general, cuando su novio se emborrachaba hasta quedar en el estado decadente en el que se encontraba, era imposible presenciar algo de esa índole. Era como si una persona viera a otra revivir frente a sus propios ojos sin ninguna explicación congruente para el caso.
María se detuvo a pensar unos segundos sin quitar su mano de Alberto (temiendo que la erección se esfumara en cualquier momento), dudando si continuar con lo que tenía en mente o no. Sin embargo, después de repasar todo lo vivido en la noche y ser consciente de la improbabilidad de otra oportunidad así hasta la mañana siguiente, optó por seguir adelante con su idea, sacándole los pantalones del piyama a su novio con sus pies para dejarlos hecho un lío en la parte posterior de la cama. Con un movimiento ágil, también se quitó los suyos.
Entonces se encumbró sobre su novio y empezó a moverse lentamente, sorprendida de lo duro que se sentía dentro aun cuando Alberto se hallaba completamente inconsciente. Al principio tuvo miedo de despertarlo, pero a medida que fue transcurriendo el tiempo y éste no daba ninguna señal de molestia, María comenzó a aumentar gradualmente su ritmo y la cadencia de sus movimientos, percatándose de lo mucho que le gustaba llenarse de placer sin depender necesariamente de otro; era como masturbarse…, sólo que el pene de Alberto vendría a ser como las yemas y las falanges de sus dedos.
Alberto rezongó en determinado momento, involucrado en una lucha en sueños o algo parecido, pero María estaba tan frenética, tan focalizada en lo que hacía, que no le prestó atención: sentía que por fin llegaba a la meta, que la carrera de su vida estaba a punto de finalizar; la cama chirriaba con ruidos metálicos, el canal de videos no paraba de transmitir música ochentera y de las comisuras de los labios de su novio caía saliva como de una cascada. María golpeó una, dos, tres, ¡cuatro veces! con todas sus fuerzas y gritó mirando al techo, transformándose su gesto en una clara sonrisa. Esperó unos cuantos segundos hasta que su pulso se calmó por completo. Acto seguido, se quitó de encima de Alberto y se recostó a su lado, sintiendo bajo su piyama toda la saliva que éste había botado durante el acto. Alberto, pálido, ojeroso y con la lengua afuera, parecía más muerto que cualquier otra cosa.
María vio cómo el video de Enjoy the silence terminaba para dar paso al siguiente programa de la cadena, uno dedicado especialmente a las canciones de los noventa. El primero resultó ser I try de Macy Gray, uno que recordaba haber escuchado unas cuantas veces en la radio cuando niña. Luego vino otro de los Primal Scream, y un tercero cuyo nombre no alcanzó a saber. Para cuando ya iba a aparecer el cuarto, se dijo a sí misma que la hora de descansar había llegado y que a la mañana siguiente, cuando Alberto despertara todo resacoso, iba a cobrar su recompensa por haber sido tan buena novia la noche anterior.
Si es que despertaba.