Cuento #76: Compras por Amazon



Nunca había comprado por Amazon; y es que antes nadie confiaba realmente en un servicio como ése: lo recurrente era pensar que una empresa de esa índole (cuando todavía no era conocida y confiable como ahora) podía quedarse con tu dinero o enviarte un objeto de mucho menor costo que el comprado; además estaba lo de pagar con la tarjeta Visa y todo el engorro que significa hacerlo. Por eso demoré en arriesgarme y hacer algo que nunca había pensado posible en mi vida: comprar por Internet.
            Recuerdo que mi primera adquisición fue una película muy famosa de aquéllos tiempos: El proyecto de la Bruja de Blair. Como me sentí fascinadísimo por ella después de verla, no dudé en pagar un poco de dinero (ahorros de muchos helados y comida chatarra que nunca me eché a la boca) para que formara parte de mi creciente colección de películas.
            Esperé ansioso por unos cuantos días, pensando frenéticamente que me iban a estafar por haber sido tan ingenuo. Cuando ya empezaba a imaginarme a mis papás diciéndome que era un estúpido por confiar en cosas así, fue que llegó mi preciada correspondencia. Recuerdo que era de mañana, y que fui el primero en levantarme ese día porque no aguantaba más las ganas de mear. Tras salir del baño, de pura casualidad miré por la ventana al antejardín y me di cuenta que afuera, a un costado de la entrada pero de nuestro lado, había un pequeño paquete color marrón. Salí en calzoncillos aprovechando que no había nadie transitando por la calle y me percaté que el paquete, que tenía las dimensiones exactas de un VHS, era el encargo que había hecho por Internet; pensé, por supuesto, en lo raro que ningún hombre me hiciera firmar un recibo de Amazon o alguna de esas cosas que sabía y esperaba.
            Sin embargo tras levantarlo para entrar con él a casa, me percaté que cubría un puñado de piedras amontonadas y un atado de ramas secas y hediondas como en la película; ¡como en la película!, pensé sorprendido, dándome cuenta que la gente de la empresa incluso se dedicaban a hacerte divertidas bromas.
            Desde ese momento, no obstante, empezaron a suceder cosas extrañas en mi hogar.
            Primero fue el Milo, mi perro.
            No sabíamos por qué no paraba de ladrarle al VHS que me había llegado; al principio pensamos que se trataba del clásico comportamiento de un perro que no quiere que su dueño le quite atención; pero cuando lo encontramos muerto al mes siguiente, atragantado con su propia lengua y con el atado de ramas secas (que mi mamá había botado a la basura por apestar demasiado) y el montón de piedras a un lado, supe que algo raro sucedía.
            Estaba claro que mis papás no sospechaban nada al respecto, pero yo creí tener una idea de lo que ocurría.
            Luego vino Luna Moon, la gata de mi madre, y la inexplicable manera en que la encontramos ahogada dentro de uno de los barriles en que mi padre había hecho la mezcla de la pintura hacía unas semanas. Parecía petrificada, con una horrenda expresión de horror en la cara. Supimos que estaba dentro del barril porque afuera de éste había otro de esos montones de piedras como los de la película.
            Mi madre estaba consternada; mi padre creyó que todo se trataba de una muy sucia broma mía. Pero yo estaba aterrado, y sinceramente no sabía qué hacer: temía que la próxima muerte fuera la de uno de mis hermanos o mis propios padres y no sabía por dónde empezar.
            Hasta que pensé en el VHS; ¡claro!, pensé, ¡todo es culpa de ese maldito VHS!, recordando que con su llegada, también lo habían hecho los atados de ramas secas y esas piedras amontonadas.
Así que sin dudarlo un segundo tomé la película, la eché en un bote de basura y le prendí fuego, deleitándome con las llamas que se alzaban consumiendo el plástico de la cinta; sin embargo, y debido a que era muy pequeño para jugar con fuego, no me percaté que una de las llamas llegó tan alto, que tocó el techo encendiéndolo inmediatamente. Ahogué un grito de desesperación e intenté dar con algo para apagar las llamas; mas no encontré nada que pudiera serme útil.
Y así fue como El proyecto de la Bruja de Blair se llevó consigo, además de las dos mascotas que vivían con nosotros, nuestra propia casa.
Mis papás siguen pensando que fue un cortocircuito lo que ocasionó todo, y que si no hubiera sido por mí, ninguno de ellos hubiera alcanzado a salir con vida antes que las llamas lo consumieran todo.
Fue una suerte que nadie más resultara herido; y aunque parezca mentira, lo sigo sintiendo por Milo y Luna Moon; los quería bastante.
            Pero si una cosa he aprendido de toda esa pesadilla, es que nunca debo comprarle cosas a un vendedor que no muestra su cara.