Nunca había comprado
por Amazon; y es que antes nadie confiaba realmente en un servicio como ése: lo
recurrente era pensar que una empresa de esa índole (cuando todavía no era
conocida y confiable como ahora) podía quedarse con tu dinero o enviarte un
objeto de mucho menor costo que el comprado; además estaba lo de pagar con la
tarjeta Visa y todo el engorro que significa hacerlo. Por eso demoré en
arriesgarme y hacer algo que nunca había pensado posible en mi vida: comprar
por Internet.
Recuerdo que mi primera adquisición fue una película muy
famosa de aquéllos tiempos: El proyecto
de la Bruja de Blair. Como me sentí fascinadísimo por ella después de
verla, no dudé en pagar un poco de dinero (ahorros de muchos helados y comida
chatarra que nunca me eché a la boca) para que formara parte de mi creciente
colección de películas.
Esperé ansioso por unos cuantos días, pensando
frenéticamente que me iban a estafar por haber sido tan ingenuo. Cuando ya
empezaba a imaginarme a mis papás diciéndome que era un estúpido por confiar en
cosas así, fue que llegó mi preciada correspondencia. Recuerdo que era de
mañana, y que fui el primero en levantarme ese día porque no aguantaba más las
ganas de mear. Tras salir del baño, de pura casualidad miré por la ventana al
antejardín y me di cuenta que afuera, a un costado de la entrada pero de
nuestro lado, había un pequeño paquete color marrón. Salí en calzoncillos
aprovechando que no había nadie transitando por la calle y me percaté que el
paquete, que tenía las dimensiones exactas de un VHS, era el encargo que había hecho
por Internet; pensé, por supuesto, en lo raro que ningún hombre me hiciera
firmar un recibo de Amazon o alguna de esas cosas que sabía y esperaba.
Sin embargo tras levantarlo para entrar con él a casa, me
percaté que cubría un puñado de piedras amontonadas y un atado de ramas secas y
hediondas como en la película; ¡como en la película!, pensé sorprendido,
dándome cuenta que la gente de la empresa incluso se dedicaban a hacerte
divertidas bromas.
Desde ese momento, no obstante, empezaron a suceder cosas
extrañas en mi hogar.
Primero fue el Milo,
mi perro.
No sabíamos por qué no paraba de ladrarle al VHS que me
había llegado; al principio pensamos que se trataba del clásico comportamiento
de un perro que no quiere que su dueño le quite atención; pero cuando lo
encontramos muerto al mes siguiente, atragantado con su propia lengua y con el
atado de ramas secas (que mi mamá había botado a la basura por apestar
demasiado) y el montón de piedras a un lado, supe que algo raro sucedía.
Estaba claro que mis papás no sospechaban nada al
respecto, pero yo creí tener una idea de lo que ocurría.
Luego vino Luna
Moon, la gata de mi madre, y la inexplicable manera en que la encontramos
ahogada dentro de uno de los barriles en que mi padre había hecho la mezcla de
la pintura hacía unas semanas. Parecía petrificada, con una horrenda expresión
de horror en la cara. Supimos que estaba dentro del barril porque afuera de
éste había otro de esos montones de piedras como los de la película.
Mi madre estaba consternada; mi padre creyó que todo se
trataba de una muy sucia broma mía. Pero yo estaba aterrado, y sinceramente no
sabía qué hacer: temía que la próxima muerte fuera la de uno de mis hermanos o
mis propios padres y no sabía por dónde empezar.
Hasta que pensé en el VHS; ¡claro!, pensé, ¡todo es culpa
de ese maldito VHS!, recordando que con su llegada, también lo habían hecho los
atados de ramas secas y esas piedras amontonadas.
Así que sin
dudarlo un segundo tomé la película, la eché en un bote de basura y le prendí
fuego, deleitándome con las llamas que se alzaban consumiendo el plástico de la
cinta; sin embargo, y debido a que era muy pequeño para jugar con fuego, no me
percaté que una de las llamas llegó tan alto, que tocó el techo encendiéndolo
inmediatamente. Ahogué un grito de desesperación e intenté dar con algo para
apagar las llamas; mas no encontré nada que pudiera serme útil.
Y así fue como El proyecto de la Bruja de Blair se
llevó consigo, además de las dos mascotas que vivían con nosotros, nuestra
propia casa.
Mis papás siguen
pensando que fue un cortocircuito lo que ocasionó todo, y que si no hubiera
sido por mí, ninguno de ellos hubiera alcanzado a salir con vida antes que las
llamas lo consumieran todo.
Fue una suerte
que nadie más resultara herido; y aunque parezca mentira, lo sigo sintiendo por
Milo y Luna Moon; los quería bastante.
Pero si una cosa he aprendido de toda esa pesadilla, es que
nunca debo comprarle cosas a un vendedor que no muestra su cara.