Nadie se percató que el baño
público del supermercado llevaba un buen tiempo ocupado hasta que la fila
afuera de éste se volvió de un tamaño considerable y, cómo no, llamativo por
sobre las demás cosas. Los que estaban junto a la puerta la golpearon sin
obtener respuesta alguna, mas sabían que había alguien dentro por la luz que
atravesaba la rendija posterior de ésta. En un comienzo la gente se lo tomó con
calma, pero luego que la situación se tornó prácticamente insostenible −era el
único baño para los consumidores en todo el recinto−, no dudaron en comenzar a
aporrearla con sus puños, insultando a quien fuera que estuviera haciéndolos
esperar del otro lado.
Entonces
llegaron los guardias y las supervisoras del local, quienes además de ser
recibidas con toda clase de insultos, tuvieron la difícil misión de buscar la
llave de emergencia que nadie sabía dónde estaba guardada. Una mujer, la
tercera en la fila, alegó que estaba a punto de orinarse ahí mismo, secundada
por las demás que vieron en ello la posibilidad de descargar toda la rabia que
sentían al respecto.
El gerente
demoró unos diez minutos en llegar con la famosa llave, y haciendo caso omiso
de la lluvia de improperios y silbidos por parte de la gente, se encontró del
otro lado con la horrible imagen de un hombre ahorcado con sus propios
pantalones, encorvado en la esquina más alejada del baño. Las mujeres y niños
curiosos no pudieron reprimir un grito cargado de miedo y sorpresa; una señora
se orinó encima sin poder evitarlo; un joven vomitó su almuerzo entero, y otro
hizo lo mismo tras verlo todo esparcido por el suelo. El hombre tenía la cara
amoratada, la lengua afuera y los ojos blancos, vestido a la usanza de un
ejecutivo bien pagado y exitoso, con un pequeño charco de orina bajo su cuerpo.
Los guardias
alejaron a la gente, pidiéndoles que fueran a mear a cualquier otro lado, que
ahí había muerto alguien, que fueran considerados, las ventas se detuvieron frente
el pesar de muchos y las puertas del recinto se cerraron antes que llegara el perito
forense y los Carabineros, buscando así evitar mayores problemas.
Resultó que la
persona carecía de algún tipo de documento para identificarlo; y lo que era más
raro aún, sus huellas digitales, así como la información de su pelo y dientes,
no figuraban en ningún tipo de archivo nacional.
El hombre, en
otras palabras, era un verdadero desconocido.
No hubo
familiar, ni amigo o conocido que reclamara su cuerpo cuando anunciaron la
noticia por la tele ni cuando se expandió ésta por todos los diarios del país:
parecía simplemente haber salido de la nada para suicidarse en un supermercado,
provocando así una ola de historias y mitos urbanos que mantuvieron entretenida
a la población por al menos unos cuantos meses.
Muchos decían
que era un fantasma perdido, un ser de otro planeta, un extranjero
imposibilitado de volver a casa, y otros, los más imaginativos, que era un
vagabundo disfrazado de ejecutivo para causar confusión entre la gente. Y
bueno, la verdad es que lo había conseguido. Después de todo, pasó de ser un
hombre totalmente anónimo a un tipo conocido; aunque en ello hubiera perdido la
vida.