Hace
algún tiempo, cambié todas mis cartas Mitos y Leyendas por una consola Nintendo
64 usada, con unos cuantos juegos bastante malos (de esos que nadie compraría
aunque costaran mil pesos) y un par de Joysticks (así se llamaban sus famosos e
incómodos controles) algo defectuosos. Me sentí contento, maravillado por poder
volver a repetir las experiencias que me hacían tan feliz cuando era un
inocente niño que no solía salir de su casa por nada, menos aún en vacaciones de
invierno o verano.
Sin embargo, sucedió que uno de estos juegos con los
que venía mi consola no tenía carátula como los demás; de hecho, estaba rayado
con plumón rojo permanente, como si un niño de cinco años hubiera hecho su
primera obra de arte en él. Entonces recordé una creepypasta
relacionada con un cartucho maldito que se parecía bastante al mío (al menos en
lo físico), lo que me asustó bastante. Pensé: “¿y si el cartucho está de veras
maldito y de verdad me ocurre algo malo?”; unas cuantas veces estuve a punto de
insertarlo en la ranura de la consola y darle play a ver qué ocurría, pero
siempre lo sacaba antes de seguir con mi tonta y suicida idea; por eso nunca
descubrí qué juego era…
Hasta que una noche, luego de haber bebido mucho vino
tinto y otras porquerías con mis amigos, volví a casa golpeando las paredes por
no poder sostenerme muy bien con mis piernas. Fue ahí que antes de dejarme caer
como un verdadero saco de papas sobre la cama, con ropa y todo, reparé en que
había dejado el famoso juego sin nombre sobre un montón de suciedad en mi
mesita de noche; sentí un escalofrío al verlo, pero como estaba borracho, lo
tomé y lo puse en la consola, diciendo en trabajosa voz alta: “ahhh, juego culiao’”.
Con una mano temblorosa por culpa del alcohol y el temor, encendí el televisor
y después la consola, llevándome una grata sorpresa al darme cuenta que el
juego que llevaba evitando por meses, era en realidad Star Fox 64, uno de mis
favoritos. ¡No podía creer lo idiota que había sido todo ese tiempo, temiéndole
a un simple juego sin nombre por leer unas cuantas historias falsas sobre un
caso parecido al mío por Internet! Me dieron ganas de reventarme las bolas por
estúpido.
De todas maneras, fue desde ese entonces que me he
vuelto más amigo del alcohol y su gran poder para hacer que hasta el más nena
de los hombres gane la valentía necesaria para hacer todo lo que tenga en
mente.
¿Si esta historia tiene una moraleja? ¡Por supuesto
que sí: si tienen miedo, beban vino tinto, o lo que sea, y se les pasará al
instante!; y si no se les acaba con eso, pues denle más duro a la botella hasta
quedar inconscientes: seguro que ahí no sentirán nada, ni siquiera miedo, nada
de nada.