La
chica corre y atraviesa la reja, contenta de llegar a casa de nuevo; tiene
cuatro años, el pelo ondulado y rubio, y los ojos claros, grandes y brillantes,
como dos verdaderas canicas. Con su mano derecha sostiene un papel doblado en
cuatro partes, con una hermosa mariposa de color azul dibujada en él.
La chica espera a que Doña
Huberlinda le abra la puerta y así pueda entrar por ella; se muere por
mostrarle el dibujo a su madre, para que la felicite y le diga lo maravilloso
que es, tal y como lo hicieron sus tías del jardín. Sonríe, mueve sus piernas
casi con frenetismo e ingresa al vestíbulo de su hogar, atropellando
ligeramente a Doña Huberlinda.
Grita llamando a su madre mientras
corre hasta su cuarto, al subir las escaleras, al atravesar el pasillo del
segundo piso; pero se detiene bruscamente frente a la habitación de ésta. Se da
cuenta que la puerta no está como siempre; alguien la ha golpeado hasta
arruinarla. Pregunta por su madre, con suavidad, algo confundida.
Doña Huberlinda llama su nombre
desde la cocina, mas la pequeña no le contesta; en vez de eso, decide tomar la
manilla de la puerta y abrirla, encontrándose con un cuarto oscuro, sucio y, al
parecer, vacío. Las cortinas están cerradas, las paredes manchadas, las cosas
revueltas. ¿Mamá?, pregunta. Nadie responde. La chica camina un poco, rodea la
cama ubicada en un rincón de la casa y la ve arrojada como un muñeco, como si
hubieran hecho un juguete con ella. ¿Mamá?, le vuelve a preguntar, y la mujer
no le contesta.
Se escuchan pasos subiendo las
escaleras.
Doña Huberlinda chilla horrorizada
al ver dentro del cuarto; se tapa la boca, hace arcadas, y termina por
vomitarlo todo. La escena le parece espantosa, grotesca, y no puede creer que la
niña no se haya dado cuenta. ¡Dios Santo, si ni siquiera ha soltado su dibujo
de la hermosa mariposa de color azul! ¡Qué horror! La pequeña ni siquiera se da
cuenta…
Ni siquiera se da cuenta que su
madre…
…mi madre…
…estaba sin cabeza.