Carlos se detuvo en una esquina, esperando a Gastón que venía algo
rezagado por culpa del frío.
−Ya, loco, acá
llegamo’ –dijo antes de chocar las manos con las suyas−. Estuvo bacán el
bacile.
−Sí, güeón, estuvo la
zorra –Ambos se abrazaron, tambaleándose un poco por culpa del alcohol−. Ojalá
se repita.
−Sí, po’, ojalá se
repita.
−Oye.
−¿Qué? –dijo Gastón,
devolviéndose unos pasos.
−¿De seguro no querí’
irte en colectivo? –insistió Carlos, manoseando una moneda de $500 dentro de su
bolsillo−. Igual e’ lejo’.
−No, no pasa na’.
−En serio; no tengo
drama con pasarte unas moneas.
−No, vale; estoy
acostumbrao’ a hacer esta güeá.
−¡Pero en serio…!
−¡Ya, loco, si está
bien, gracia’, pero no quiero…!
−¡¿Cómo que no,
güeón?!; ¡son quiniento’ peso’ nomá’!
−¡No, güeón, estoy
bien, me da lo mismo caminar!
−¡¿Cómo que no,
güeón?! –Y dicho esto, sin ningún previo aviso, Carlos le propinó un golpe a su
amigo, dándole de lleno con la moneda en su ojo−. ¡¿Cómo que no, güeón, cómo
que no?!
Gastón intentó
defenderse utilizando sus manos, pero Carlos fue mucho más rápido y fuerte:
bastaron sólo cuatro fuertes golpes para transformar su globo ocular en una
masa viscosa bañada en sangre; el chico no dejaba de gritar de dolor, rompiendo
así la quietud de la noche.
−¡¿Cómo que no querí’
pal pasaje, güeón, cómo que no?! –seguía gritando Carlos, sin dejar de buscar
puntos débiles para sus golpes; Gastón, en un último intento por salvar su
vida, trató de huir en dirección a la casa de su amigo más cercano; sin
embargo, sus pies se enredaron torpemente y cayó de espaldas, cosa que Carlos
aprovechó para caerle encima y seguir golpeándolo con su moneda. Así le abrió
la piel de la frente, las mejillas, le destrozó el otro ojo y terminó por dejar
su boca convertida en un amasijo grotesco de sangre y carne.
Para cuando Gastón ya
se encontraba sin vida sobre el frío asfalto de la calle, Carlos recién pudo
tomar control de sí y darse cuenta de todo lo que había hecho.
−Conchetumare…, qué
güeá hice…
Carlos no lo podía
creer: su amigo se hallaba muerto frente a sus ojos, con la cara mutilada,
formando un incipiente riachuelo de sangre que con toda seguridad iría a dar al
jardín de la casa más cercana. Fue en eso que sintió el peso de su mano
derecha; miró a ella con cierto miedo, encontrándose sólo con su moneda de
$500; parecía como si lo mirara burlona, jactándose de ser la autora de un
crimen que jamás pagaría.
−¡No, güeón…, no
puede ser! –dijo Carlos, sintiendo un violento escalofrío recorrer su cuerpo; y
luego de verla brillar arrancando reflejos de la luz de los focos, Carlos no
pudo reprimir soltarla a su suerte y correr despavorido por donde había venido,
dejando el cadáver de su amigo atrás, mientras la moneda, luego de caer al
suelo, rodaba lentamente en dirección a la rendija del sistema de drenaje de la
calle, marcando su camino con la sangre que la manchaba como si quisiera
burlarse de los seres humanos que jamás darían con la verdadera culpable del
asesinato.