Cuento #27: Esto sucedió a las 4:42 de la madrugada



Carlos se detuvo en una esquina, esperando a Gastón que venía algo rezagado por culpa del frío.
            −Ya, loco, acá llegamo’ –dijo antes de chocar las manos con las suyas−. Estuvo bacán el bacile.
            −Sí, güeón, estuvo la zorra –Ambos se abrazaron, tambaleándose un poco por culpa del alcohol−. Ojalá se repita.
            −Sí, po’, ojalá se repita.
            −Oye.
            −¿Qué? –dijo Gastón, devolviéndose unos pasos.
            −¿De seguro no querí’ irte en colectivo? –insistió Carlos, manoseando una moneda de $500 dentro de su bolsillo−. Igual e’ lejo’.
            −No, no pasa na’.
            −En serio; no tengo drama con pasarte unas moneas.
            −No, vale; estoy acostumbrao’ a hacer esta güeá.
            −¡Pero en serio…!
            −¡Ya, loco, si está bien, gracia’, pero no quiero…!
            −¡¿Cómo que no, güeón?!; ¡son quiniento’ peso’ nomá’!
            −¡No, güeón, estoy bien, me da lo mismo caminar!
            −¡¿Cómo que no, güeón?! –Y dicho esto, sin ningún previo aviso, Carlos le propinó un golpe a su amigo, dándole de lleno con la moneda en su ojo−. ¡¿Cómo que no, güeón, cómo que no?!
            Gastón intentó defenderse utilizando sus manos, pero Carlos fue mucho más rápido y fuerte: bastaron sólo cuatro fuertes golpes para transformar su globo ocular en una masa viscosa bañada en sangre; el chico no dejaba de gritar de dolor, rompiendo así la quietud de la noche.
            −¡¿Cómo que no querí’ pal pasaje, güeón, cómo que no?! –seguía gritando Carlos, sin dejar de buscar puntos débiles para sus golpes; Gastón, en un último intento por salvar su vida, trató de huir en dirección a la casa de su amigo más cercano; sin embargo, sus pies se enredaron torpemente y cayó de espaldas, cosa que Carlos aprovechó para caerle encima y seguir golpeándolo con su moneda. Así le abrió la piel de la frente, las mejillas, le destrozó el otro ojo y terminó por dejar su boca convertida en un amasijo grotesco de sangre y carne.
            Para cuando Gastón ya se encontraba sin vida sobre el frío asfalto de la calle, Carlos recién pudo tomar control de sí y darse cuenta de todo lo que había hecho.
            −Conchetumare…, qué güeá hice…
            Carlos no lo podía creer: su amigo se hallaba muerto frente a sus ojos, con la cara mutilada, formando un incipiente riachuelo de sangre que con toda seguridad iría a dar al jardín de la casa más cercana. Fue en eso que sintió el peso de su mano derecha; miró a ella con cierto miedo, encontrándose sólo con su moneda de $500; parecía como si lo mirara burlona, jactándose de ser la autora de un crimen que jamás pagaría.
            −¡No, güeón…, no puede ser! –dijo Carlos, sintiendo un violento escalofrío recorrer su cuerpo; y luego de verla brillar arrancando reflejos de la luz de los focos, Carlos no pudo reprimir soltarla a su suerte y correr despavorido por donde había venido, dejando el cadáver de su amigo atrás, mientras la moneda, luego de caer al suelo, rodaba lentamente en dirección a la rendija del sistema de drenaje de la calle, marcando su camino con la sangre que la manchaba como si quisiera burlarse de los seres humanos que jamás darían con la verdadera culpable del asesinato.