Mis tíos abuelos de La
Calera siempre nos mandan cajas llenas de paltas cuando arriba la temporada: con
un huerto repleto de paltos, sus frutos son tan numerosos, que ni comiéndolos
todos los días o regalándoselos a conocidos consiguen deshacerse de ellos sin
que terminen pudriéndose en cajas apiladas en un rincón de la casa.
Por lo mismo mi
mamá llegó un día con montón de ellas a cuestas, haciendo un gesto para que le
ayudásemos a entrarlas a la cocina. Con mi hermana tomamos la caja de cartón
entre sus manos (que estaba pesadísima) y la depositamos sobre la mesa con
mucho cuidado. Acto seguido, mi mamá le quitó la cinta de embalaje con un
cuchillo y nos encontramos con una infinidad de paltas del otro lado. ¡Casi
chillamos de felicidad!
Así que sin
perder más tiempo, tomé un par de ellas para prepararlas y comenzar a comerlas
al instante. Mi hermana preparó el té y puso la mesa mientras mi mamá se lavaba
las manos y se ponía decente para comer con nosotros.
Resultó que las
paltas estaban deliciosas y cremosas, como las prefiero siempre, y eso sumado a
un pan amasado recién tostado, produjo en mí la sensación de estar viviendo en
el Paraíso, completamente extasiado. Y no sólo eso: mi mamá y mi hermana
terminaron pensando lo mismo, llegando a comer más de lo que incluso acostumbran
a devorar a esa hora de las onces.
Por la misma razón el número de las paltas fue
decreciendo a una velocidad considerable (eso sumado a nuestro temor por su
pronta pudrición) y no tardamos en encontrarnos con la verdadera sorpresa que
había en esa caja. En el fondo de ella, como si intentara pasar desapercibido
como una palta más, se hallaba un huevo el triple de grande de lo normal; de
hecho, para ser francos, ese huevo no tenía nada
de normal.
Al principio pensamos que se trataba de un huevo de
avestruz, regalo excéntrico por parte de nuestros tíos abuelos, pero mi hermana
reparó en que éste tenía unas manchas oscuras con forma de luna creciente repartidas
por toda su superficie, cosa que no habíamos visto en ningún documental hasta
la fecha. Ninguno de nosotros sabía tampoco de qué clase de ovíparo podía ser
esta cría (¿se llaman así los huevos que aún no eclosionan?), por lo que
optamos por sacarlo de la caja y mantenerlo en un lugar fresco hasta que
supiéramos un poco más sobre su procedencia y cómo prepararlo.
Con mi hermana buscamos en diferentes foros de Internet
cualquier cosa relacionada con alguna especie cuyos huevos tuvieran las mismas
manchas que aparecían en nuestro ejemplar, pero todo intento fue en vano: los
enlaces sólo nos enviaban a conversaciones fantásticas sobre ficción y libros e
historias de las cuales poco se sabía en el mundo. Al final desistimos y
esperamos hasta que a nuestra mamá se le ocurriera un plato en el que
prepararlo. Yo imaginé lo rico que podía saber frito, recubriendo un montón de
papas fritas relucientes de aceite, mientras que mi hermana se lo imaginaba
duro, molido, hecho pasta, sobre sus sándwiches con tomate. Nos adentramos
tanto en estas imágenes mentales, que no tardamos en enzarzarnos en una fútil
disputa sobre quien tenía la razón al respecto.
Y bueno,
estábamos en eso cuando sucedió lo más raro de todo. Primero oímos el ruido de
algo resquebrajarse; luego un extraño y agudo chillido proveniente de la
cocina, ahí donde justamente se encontraba el huevo. Con mi hermana nos miramos
y corrimos en su dirección, encontrándonos con éste todo trizado y vibrante,
como si algo dentro pugnara por salir de su interior. No lo podíamos creer:
¡íbamos a presenciar por fin el milagro de la vida! Pero nuestras expresiones
cambiaron drásticamente al ver que tras abrir un boquete en un punto de la cáscara,
lo que salía de su interior no eran las incipientes alas de un pájaro, ni menos
las rugosas extremidades de un reptil, sino que las peludas y viscosas patas de
un…
−¿Gato?
No lo podíamos
creer: del huevo estaba naciendo… ¿un gato?
−¿Pero que no los gatos nacen directamente de otro… gato?
−Tampoco lo entiendo –acotó mi hermana.
Luego de un par de minutos, la cosa peluda en su interior
logró salir toda pringosa para comenzar a maullar como una posesa sobre la
mesa. Mi hermana corrió a buscar un plato hondo y pequeño en el cual verter un
poco de leche para que bebiera y se alimentara. El gato, ciego todavía,
olisqueó el aire hasta que dio con su posición y comenzó a beber como si
estuviera muerto de hambre.
Así nos mantuvimos entretenidos hasta que llegó nuestra
mamá y supo de lo sucedido. Alarmada, no tardó en llamar a mis tíos abuelos
para preguntarles sobre la procedencia de tan fantástico huevo.
Al cabo de un rato, al momento de cortar la llamada
telefónica, nos quedó mirando como si no pudiera asimilarlo.
−Me dijeron que ellos no mandaron ningún huevo entre las
paltas. Nunca han sabido de ningún huevo con los mismos detalles que éste.
−Pero entonces…, ¿cómo…?
−No sé…, quizá algún error de envío…
Pero aquello era imposible: afuera de la caja de paltas
en cuestión, venía escrita nuestra dirección y los datos personales de mi mamá
del mismo puño y letra de nuestra tía abuela; una equivocación de esa índole no
era plausible.
−¿Qué hacemos con el gato?
La respuesta fue llegando con el mismo paso de los días:
el gato, al final de cuentas, resultó ser una gata, su pelaje se fue aclarando
en ciertos puntos hasta quedar en tres marcados colores (negro, blanco y
marrón, como si fuera el intento de una gata carey) y acabó por no dar muestras
de mucha diferencia con respecto de sus congéneres nacidos por las vías
naturales que todos conocemos. Por lo mismo no dudamos en adoptarla, darle un
nombre y prometerle los cuidados correspondientes para con un animal como ella.
Y es que después de todo, ésta no deja de ser una criatura como cualquier otra
que necesita de cariño, amor y responsabilidad, independiente de la manera en
que haya llegado a este mundo, sea ésta correcta o completamente antinatural. Y
bueno, no es que esta sea una gata completamente fuera de lo normal: hasta
ahora no ha dejado de seguir los mismos patrones de hábito que cualquiera de
los de su especie: juega, duerme un montón, busca cariño en todos los que tiene
cerca y llora cuando no hay nadie a su lado… Y aunque mi hermana asegura
haberla sorprendido comiendo carne cruda desde el refrigerador mismo y
destripando a un montón de pájaros como si gozara al hacerlo, estoy seguro que
es una gata normal y corriente como todas las demás. Estoy muy, muy seguro de
ello.