Si el Censo del 2012 fue una
mierda, es porque tipos como yo tuvieron la culpa. Y es que ahora que ya
prácticamente pasó la vieja, puedo admitir que mientras trabajé en aquel
fatídico proceso, funcioné prácticamente como un espía doble entre sus filas:
porque si bien hacía la pega que me encomendaban semana a semana –recuerden que
ese Censo tuvo una duración de casi dos meses–, también me encargaba de
sabotearlo al mismo tiempo: llenaba los formularios de las casas deshabitadas
como si de verdad hubiera censado a una familia adentro, pegaba los sellos de
los hogares visitados en fachadas donde aún no llegaban mis colegas, decía que algunas
casas se hallaban vacías cuando en realidad no encontraba a nadie adentro o me
daba flojera continuar censando por el sector, etcétera, etcétera. Lo más
gracioso era ir a las reuniones con los encargados de los grupos de censistas (celebradas
una o dos veces por semana) y escuchar de su boca que existían casos bastante
raros en que ciertas casas exhibían las pegatinas del Censo sin que la familia
hubiera participado del proceso. “Alguien está saboteando nuestro trabajo”, dijo
el encargado, como si le fastidiara la idea de que el Censo fuera una chapuza
que no sirviera para nada al final de cuentas. Luego nos miró a todos los presentes,
como si pudiera dar con el chistosito que estaba arruinando nuestro trabajo con
el simple hecho de verlo. Obviamente los aludidos nos removimos incómodos,
esperando que no sospecharan de ninguno de nosotros; de hecho, recuerdo que
levanté mi mano y opiné que ojalá dieran pronto con ese bribonzuelo para darle
su merecido. “El Gobierno no puede seguir perdiendo más dinero ni recursos por
idiotas como él. Hay que detenerlo”, dije. El encargado me sonrió, satisfecho
por mi actitud, y dijo que luego tendríamos más información al respecto.
Después, cuando la reunión continuó por otros derroteros, pude por fin
arrellanarme en mi asiento y pensar en las actrices porno que más me gustaban,
siempre fingiendo que prestaba toda la atención del mundo a lo que se hablaba.
Naturalmente nunca descubrieron mi fraude, lo que a la larga puede definirse (o
representarse) como un grano de arena, mi pequeña contribución para la gran
basura que fue el Censo de ese año. Así que si piensan en lo agradable que fue
este día para ustedes que están en la casa, descansando en familia, viendo
películas, o haciendo la cosa que sea, agradézcale mentalmente a tipos como yo
y su incansable tarea del arruinar el Censo 2012 y muchos de los procesos
gubernamentales. Y bueno, si les tocó censar, piensen que esas quince luquitas que
les llegarán dentro de poco no estarán de más al momento de pensar en hacerse
mierda el hígado o escapar de la ciudad por un par de días. A todo hay que
mirarle el lado bueno, ¿no?