Historia #159: Carnes, gelatinas y marshmellows



En la hora con más flujo de clientes dentro del supermercado, el siguiente hombre de la fila llevaba en su carro un montón de carne hecha bola más unos cuantos paquetes de marshmellows para su pequeña hija asomada entre sus piernas, un par de kilos de pan y unos cuantos jugos y gelatina en polvo, para luego hacer caso omiso de manera olímpica del saludo de la cajera y del empaque del otro lado de la bandeja metálica, quienes acostumbrados a tal trato, simplemente se alzaron de hombros y siguieron con lo suyo.
            Sin embargo, cuando la compra sumaba casi unos cincuenta mil pesos, el cliente dio un grito en seco, con expresión horrorizada, miró al empaque con creciente rabia y, escupiendo saliva para todos lados, le exclamó:
            −¡¿Cómo se te ocurre echar la carne con los marshmellows y la gelatina en la misma bolsa, que no veís’ que está llena de bacterias y contamina las demás cosas?!
            El empaque lo quedó mirando, serio, sin preocuparse en lo más mínimo.
            Le dijo:
            −¿Sabía usted que los marshmellows que probablemente le dará a su hija para comer, así como la gelatina que usted acaba de mencionar, están hechas a base de los desperdicios de carne de los mataderos?
            Tanto el cliente en cuestión como los demás tras él se quedaron callados.
            −Es un hecho cierto –continuó el empaque−. Puede comprobarlo yendo a uno de esos lugares o consultándolo por Internet. Es muy fácil, a prueba de tontos.
            −¿Qué sabes tú, mocoso de mierda? –le espetó el hombre, prepotente.
            −Al parecer mucho más que usted –le replicó el aludido, tranquilo, y eso hizo que el hombre empezara  a perder rápido la compostura. Por lo mismo ahogó un grito, conteniéndose, y pagó deslizando su tarjeta por la máquina indicada−. Yo que usted tendría más cuidado con lo que le doy de comer a su hija –concluyó el joven a modo de despedida, haciendo que el hombre tomara su carro con las manos crispadas y se fuera sin despedirse, desapareciendo de la vista de todos en cuestión de segundos.
            El empaque ecologista sonrió a pesar de no haber recibido propina alguna por su trabajo; porque sabía que ese hombre difícilmente olvidaría lo que le había dicho, y que difícilmente se sentiría tranquilo al ver a su hija comiendo los montones de restos de animales recogidos con palas del suelo del matadero y vueltos a procesar para llegar a tener la apariencia de graciosos y deliciosos dulces saborizados.