En la hora con más flujo de
clientes dentro del supermercado, el siguiente hombre de la fila llevaba en su
carro un montón de carne hecha bola más unos cuantos paquetes de marshmellows
para su pequeña hija asomada entre sus piernas, un par de kilos de pan y unos
cuantos jugos y gelatina en polvo, para luego hacer caso omiso de manera
olímpica del saludo de la cajera y del empaque del otro lado de la bandeja
metálica, quienes acostumbrados a tal trato, simplemente se alzaron de hombros
y siguieron con lo suyo.
Sin embargo, cuando la compra sumaba casi unos cincuenta
mil pesos, el cliente dio un grito en seco, con expresión horrorizada, miró al
empaque con creciente rabia y, escupiendo saliva para todos lados, le exclamó:
−¡¿Cómo se te ocurre echar la carne con los marshmellows
y la gelatina en la misma bolsa, que no veís’ que está llena de bacterias y
contamina las demás cosas?!
El empaque lo quedó mirando, serio, sin preocuparse en lo
más mínimo.
Le dijo:
−¿Sabía usted que los marshmellows que probablemente le
dará a su hija para comer, así como la gelatina que usted acaba de mencionar,
están hechas a base de los desperdicios de carne de los mataderos?
Tanto el cliente en cuestión como los demás tras él se
quedaron callados.
−Es un hecho cierto –continuó el empaque−. Puede
comprobarlo yendo a uno de esos lugares o consultándolo por Internet. Es muy
fácil, a prueba de tontos.
−¿Qué sabes tú, mocoso de mierda? –le espetó el hombre,
prepotente.
−Al parecer mucho más que usted –le replicó el aludido,
tranquilo, y eso hizo que el hombre empezara
a perder rápido la compostura. Por lo mismo ahogó un grito,
conteniéndose, y pagó deslizando su tarjeta por la máquina indicada−. Yo que
usted tendría más cuidado con lo que le doy de comer a su hija –concluyó el
joven a modo de despedida, haciendo que el hombre tomara su carro con las manos
crispadas y se fuera sin despedirse, desapareciendo de la vista de todos en
cuestión de segundos.
El empaque ecologista sonrió a pesar de no haber recibido
propina alguna por su trabajo; porque sabía que ese hombre difícilmente
olvidaría lo que le había dicho, y que difícilmente se sentiría tranquilo al
ver a su hija comiendo los montones de restos de animales recogidos con palas
del suelo del matadero y vueltos a procesar para llegar a tener la apariencia
de graciosos y deliciosos dulces saborizados.