Tenía el aspecto de un amplio castillo, con las paredes agrietadas,
llenas de enredaderas, y un montón de gigantescas arañas que no dejaban de
recorrerlas en busca de alguna presa tonta para alimentarse, entre fantasmas
perezosos y otras almas en pena. Entonces me eché un rato sobre el largo pasto,
sin dejar de escuchar cómo las plantas y otras criaturas chapoteaban en el agua
verdosa de la vieja pileta a mi lado, sintiéndome en paz al fin por primera vez
en mi vida.