Como su segundo turno del día no comenzaba hasta eso de las 8 de la
noche (4 horas más tarde), Claudio decidió ir a su casa para pasar un rato con
su esposa, por lo que se despidió de los demás cocineros y salió rápidamente
del recinto, haciendo parar el colectivo que necesitaba un par de cuadras más allá;
pagó el pasaje y dio su dirección antes que el vehículo doblara por una
concurrida calle donde se detuvo y recibió al último pasajero que faltaba para
llenar todos los asientos. En la radio sonaba Américo con uno de sus tantos
covers, mientras que por las ventanas del auto se podían ver un montón de
adolescentes y niños saliendo de sus colegios, todos felices por haber
terminado al fin la jornada. El vehículo se detuvo ante un semáforo en rojo y
el tipo que se subió al último se removió en su lugar hasta sacar una pistola y
apuntar inmediatamente a todos los demás pasajeros.
−¡Pasen toa’ la plata! –gritó, salpicando
saliva para todos lados−. ¡AHORA!
Pero nadie se movió ni dijo nada: todos se
encontraban tan pasmados por la sorpresa, que el tipo tuvo que quitarle el
seguro a su arma para demostrarle a los demás que estaba hablando muy en serio.
−¡Pasen la plata, conchetumare! –volvió a
gritar el tipo, pasándose una nerviosa mano por la boca. Afuera, el semáforo
continuaba en rojo, mientras que la gente que transitaba cerca del colectivo
parecía no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo ahí dentro.
El primero en entregar su billetera fue el
anciano sentado al lado de Claudio, resoplando fuertemente; luego lo hizo la
mujer sentada en el asiento del copiloto, sin dejar de temblar en silencio.
Claudio, que estaba ubicado al lado del asaltante y su pistola, los imitó sin
dejar de pensar que ahí se le iba la paga de todo el mes de dobles turnos
diarios. El chofer del colectivo, sin dejar de mirar al asaltante por el espejo
retrovisor, empezó a juntar todos los billetes ganados con desgana; parecía
estar a punto de llorar.
−Ahí tení’, maricón –farfulló el hombre,
extendiéndole el dinero al tipo, quien se lo echó inmediatamente dentro de su
chaqueta. Acto seguido, guardó su arma y salió raudamente del colectivo,
internándose en una de las calles aledañas.
Entonces se escuchó un fuerte bocinazo
provenir de atrás del vehículo, sacando a todos de su ensimismamiento.
El semáforo había vuelto a dar luz verde.