(Dos amigos se encuentran en la calle luego de no haberse visto por un
buen tiempo).
−¡Güena, güeón! ¿Cómo
estay?; ¡tanto tiempo!
−¡Sí, güeón, güena! ¡Qué
es de tu vida; qué hay hecho!
−Trabajo en mi propia
empresa, la que puse después de salir de la U. Y tú, ¿qué hay hecho?
−Pucha, escribir
caleta, leer todas las Crónicas de Narnia, los Harry Potter enteros por tercera
vez, los tres Juegos del Hambre y ahora unos de Star Wars que encontré por ahí
en La Feria de las Pulgas bien baratos, además de llegar al Templo del Espíritu
del Zelda Master Quest y haber
llegado casi al final del juego de Dr.
Jekyll & Mr. Hyde; puta la’ güeá’ pelúas.
(Su interlocutor mira
a este último con una expresión rara en su cara; parece como si se sintiera
decepcionado de lo que ha hecho su amigo durante todo el tiempo que no se han
visto, o como si sintiera una pena enorme por la misma razón).
−Ah…, buena… Oye,
¿adónde vai’ ahora?
−A tomar micro; ¿y
tú?
−Iba a buscar mi
descapotable; lo guardo en ese estacionamiento de ahí, el que está en la otra
esquina.
−¡Un descapotable!
¡Güena, güeón, la hiciste de oro!
−Sí, está hermoso…
Oye, ¿no querí’ que te lleve?
−¡Ya po’, mortal!
−¿Vai’ pa tu casa?
−No, no, voy pa’ la
casa de mi polola.
−¿Todavía pololeai’
con la Ana?
−No, terminamos hace
rato; ahora pololeo con la Sandra, la Sandra Bugueño del colegio…, ¿te
acordai`?
−Sí, claro que me
acuerdo…
−Bueno, ahora estamos
juntos.
−¿Desde hace cuánto?
−Desde hace unos dos
años.
−Qué buena.
−Sí, loco, me gané la
lotería con ella. ¡Es la mejor mina que he conocido en mi vida!
−Bacán, güeón, bacán.
(Entonces el amigo,
antes de insertar la llave en su descapotable, pensó que si no hubiera
estudiado tanto como lo hizo durante toda su juventud, probablemente estaría
ahora con Sandra, y no su amigo; porque sí, habían tenido un breve romance un
año después de haber salido del colegio, y ella le gustaba mucho, mucho de
veras; pero nunca hubo tiempo. No, no, no, nunca hubo tiempo. Entonces se
separaron y él nunca más volvió a saber de ella hasta ahora, que reaparecía en
escena como la polola de su viejo amigo.
Entonces pensó que
era cierto: el dinero podía comprar un descapotable, una casa nueva y amplia,
construir tu propia empresa y tener tus propios esclavos bajo tu propio techo,
pero nunca, nunca, iba a poder recuperar todo tu tiempo perdido ni, como era
obvio, a Sandra Bugueño).