Ubicados al fondo del casino,
Alonso y Carlos esperaban a que terminara la larga ventana para la siguiente
clase, matando el tiempo jugando cartas y comiendo unos completos.
−Oye, güeón −preguntó Alonso, al tiempo
que bajaba el primer oro de la partida.
−¿Sí, qué?
−¿Tendríai’ de polola a Sasha
Grey en caso de que, por ABC motivo, decidiera venir a este país de mierda a
seguir con su vida y ser la novia de un simio re culiáo’ asqueroso y
seboso como tú?
−Yo creo que sí: es bonita, se
nota que culea rico, es flaquita, lo chupa bueno, tiene tetitas piola, cacha
sobre videojuegos y es escritora.
−¡Pero culiáo’! ¡Se lo metieron
por el hoyo como mil negros y le han echado más moco en la cara que a la maraca
de tu hermana! ¡Cómo podríai’ besarla en los labios! ¡Puaj!
−Ya, pero aún así es menos maraca
que la maraca re culiá’ de tu polola, po’ −dijo Carlos−. La Sasha nunca se cagó
al pololo con su mejor amigo, ¿o no?
Alonso, luego de que Carlos
jugara limpiamente a Pryderi en
su primer turno, botó seis cartas de su Mazo Castillo, sintiendo un amargo
sabor en la boca y una lágrima caer por su mejilla izquierda.