Historia #252: las cosas no pueden terminar así

alguien tocó la puerta y fui a abrir. estaba en calzoncillos, con una resaca de mierda.
            −hola –me dijo una estupenda mujer de pelo oscuro y rizado−. ¿podría dedicarme un tiempo para hacerle unas preguntas?
            pensé en el aspecto de verdadero vagabundo que tenía en ese momento, pero bueno, me dije, el trabajo es de ella, no mío. a veces soy algo egoísta, verán, a veces soy algo egoísta.
            −mire, puede pasar si quiere –le dije−. pero las cosas están algo…, desordenadas.
            “algo desordenadas” era poco decir respecto del mierdal que era en realidad mi departamento. pero, como quizá podrían considerar, a veces también suelo ser un poco orgulloso. egoísta y orgulloso,  a veces.
            −no importa –dijo ella, sonriéndome. mas al entrar al departamento y ver cómo abundaban las colillas de cigarros, platos  y vasos de cartón y papeles higiénicos hechos bola y endurecidos apilados por todos lados, su expresión se tornó agria e incómoda. ay, cómo la entendía, pobre chica−. mire, sólo debe responderme unas cuantas preguntas y todo habrá acabado, ¿está bien?
            −no, nada está bien –le respondí mientras cerraba la puerta−. nada está bien.
            para cuando ella se volvió para dirigirme la vista, era ya demasiado tarde: mi golpe paralizador fue mucho más rápido que sus reflejos.
            y para cuando volvió abrir los ojos, la estupenda mujer de pelo oscuro y rizado se hallaba ya maniatada y amarrada contra una de las sillas del vestíbulo. se horrorizó y me pidió, como primera cosa, que no le hiciera nada.
            −no te haré nada –le dije−. no te haré nada. sólo es que…
            −sólo es que ¡qué!
            −sólo es que me siento un poco solo –le dije, acomodándome a su lado−. no sé, a veces me siento un poco solo, y bueno…, necesito algo de compañía.
            la mujer estupenda me miró con ternura. sus ojos parecían los de una verdadera madre.
            −pues yo podría ayudarte –dijo ella−. pero para eso no necesitas tenerme maniatada, querido. estas cuerdas duelen, ¿sabes?
            desanudé sus ataduras y le pedí perdón.
            −así está mucho mejor –corroboró ella−. mucho mejor así está.
            −gracias gracias.
            −de nada de nada.
            luego de eso le invité a un té que aceptó humildemente; le hubiera invitado a otra cosa, por supuesto, pero tanto mi despensa como mi refrigerador se hallaban fantasmagóricamente vacíos.
            −dime –me dijo ella−. ¿cuáles son tus problemas?
            −mis problemas –le dije− son muchos. son muchos MUCHOS. partiendo por esto, por usted, por mí, por quienes están leyendo esto. el problema –le dije− somos nosotros. NOSOTROS.
            −nosotros –repitió la mujer con aspecto embobado.
            −nosotros no: NO-SO-TROS –le corregí.
            −NO-SO-TROS –repitió, y le sonreí.
            −somos todos unos infelices: dejamos que nos den por el culo, nos doble-penetren, y no hacemos nada al respecto. sólo MIRA –hice un gesto abarcando toda la inmundicia que era mi morada−. mira esta inmundicia. soy un DOBLE-PENETRADO.
            ella, la mujer estupenda de pelo oscuro y rizado, me sonrió, me tomó de la mano y me besó en su dorso.
            −eres un héroe, querido –me dijo−. eres un héroe. todos somos héroes. todos somos unos DOBLE-PENETRADOS.
            −por ende todos somos…
            −HÉROES –terminó ella.
            entonces se levantó de su asiento, se alisó la falda que llevaba puesta y se dirigió hasta la puerta.
            −¿ya te vas? –le pregunté. me sentía como si todo terminara de una manera demasiado abrupta para mi gusto. no, no podía ser: ¡yo quería más!
            −sólo necesitaba confirmar unos cuantos detalles para un pequeño estudio que está realizando la compañía en que trabajo.
            −¿para qué compañía? –quise saber.
            −para DOBLE-PENETRADOS, S.A.
            −¿…?
            −jijijijiji.
            −¡por favor, no te vayas! –le supliqué.
            −ya me fui –me respondió, antes de desaparecer frente a mis propios ojos. la puerta de entrada, naturalmente, jamás se abrió ni se cerró, puesto que la mujer nunca llegó a atravesarla físicamente: había desaparecido, vaya vaya, locura de locuras, por ARTE DE MAGIA.

            no, no, las cosas no podían terminar así. no, no las cosas no PUEDEN terminar así. las cosas, por favor, no pueden, NO PUEDEN quedar…