Largo camino a la ruina #23: Ruidos nocturnos

Como nunca, el Juan se durmió temprano y no había nadie más que nosotros en la casa; fue sumamente extraño: acostumbrado al bullicio incesante de las jaranas hasta las tantas de la noche, el silencio se me hacía hasta doloroso.
Acepto que me daba un poco de envidia escuchar a este otro güeón durmiendo y roncando en la pieza de al lado; me fue inevitable recordar esa parte de Rescatando al soldado Ryan en que uno de los protagonistas dice que quienes se duermen de inmediato, es porque tienen la conciencia limpia. Y bueno, podía ser cierto: porque mi cabeza estaba llena de mierda y parecía nunca dejarme tranquila.
A veces se sentía rechinar una madera, a veces el refrigerador se encendía con un inesperado sobresalto, un perro ladraba a lo lejos y otro le respondía lo suyo. No sabía en qué posición establecerme para ver si me pillaba el maldito sueño.
Fue cuando me acomodé de cara al techo que escuché el llanto; pensé que podía ser el Juan y otra de sus bromas, pero el Juan estaba roncando; y no, el llanto no parecía el de un adulto. Transcurrieron unos dos minutos de silencio (en que esperé con el corazón en la mano) para que se repitiera, y no tuve duda que se trataba de una guagua; y a juzgar por la cercanía del ruido, debía de estar dentro de la casa. Obviamente mi primera reacción fue de miedo; pensé que había un fantasma entre nosotros y dije: ¡existen!, antes de taparme con las sábanas.
Pero el llanto (que sonó un par de veces más) se fue apagando como si su dueño se moviera por ahí, de casa en casa, y no pude evitar quedarme pensando cosas al respecto. Me imaginé el fantasma de un niño indio enterrado bajo los cimientos de la casa, o mejor aún: el cúmulo de almas en pena de todos esos bebés muertos por las injusticias en el mundo: los incendios premeditados, los bombardeos, los accidentes automovilísticos, los aéreos, la desigualdad, el hambre, las enfermedades, etcétera; me los imaginé juntos en un solo ente, capaz de traspasar dimensiones y asustar a la gente que no podía quedarse dormida por tener la conciencia sucia. Pensé en la gente que atormentaría por ahí, susurrándoles cosas del pasado, haciéndoles revivir situaciones miserables, las más ruines; las almas vengadoras; las almas vengadoras…

Las almas vengadoras. Recuerdo que así le llamé antes de quedarme profundamente dormido.