me volví en la cama y ahí
estaba él.
−siempre me gustaste, guapetón –me dijo Mamo Contreras,
con sus ojos brillantes y sus mejillas sonrosadas−. eres mi bebé. mi baby.
luego me atrapó entre sus fuertes brazos y me llenó de
besos. nos arrebujamos entre las sábanas.
−estás calentito –le dije.
−es que yo ardo.
puedo hacer arder cosas. ¿quieres ver?
−está bien.
−¡hey, guardias!
entraron dos hombres vestidos de traje negro. había una
puerta, y por ahí entraron.
−¡demuéstrenle a este joven que ardo!
los dos hombres se miraron por un rato y comenzaron a
bailar un extraño baile por unos cuarenta segundos. entonces apareció un hombre
en medio de la sala, como por arte de magia, y pidiendo clemencia, y sin que
nadie hiciera nada, empezó a arder como una verdadera antorcha humana,
chillando de una forma espantosa.
concluida la acción y la macabra escena, los dos hombres
vestidos de traje negro se dieron un ligero apretón de mano y salieron usando
la misma puerta por la que entraron. las puertas que sirven para entrar, muchas
veces, también sirven para salir.
−¡eres magnífico, Mamo! –le dije a Mamo Contreras−. ¡eres
magnífico!
−¿no quieres que te encienda
a ti también?
−verás… –le expliqué, apuntando al tipo chamuscado al
medio de la sala con un gesto de la cabeza−, preferiría que no me hicieras lo
mismo que a ese hombre.
−está bien, está bien… pero puede que te haga otras
cosas, ¿no? yo podría… satisfacerte de otras maneras.
−¿cómo así?
Mamo me guiñó un ojo y se ocultó bajo las sábanas,
bajando lentamente hacia mis partes pudendas. le sentí quitarme los
calzoncillos y luego besar la zona baja del ombligo, haciéndome cosquillas.
naturalmente me reí un poco, sin poder evitarlo, pero recuperé la compostura de
inmediato, disfrutando cada una de sus lamidas hasta que el muy hijo de puta
enterró sus dientes en mi carne y grité muy muy fuerte.
−¡Mamo hijo de puta! –le grité muy muy fuerte. pero al
levantar las sábanas, me percaté que ya no era Mamo Contreras, sino Jaime
Guzmán, con sus gafas puestas y todo. me sonrió y sentí mi mundo caer.
mierda, NO NO
NO NO NO NO NO NO PUEDE SER, pensé. esta mierda es una pesadilla.
entonces todo
se volvió oscuro, todo se volvió una vorágine de manchas negras, apestosas y
desagradables como la brea…
hasta que me volví en la cama y ahí estaba él.
−siempre me gustaste, guapetón –me dijo Mamo Contreras,
con sus ojos brillantes y sus mejillas sonrosadas−. eres mi bebé. mi baby.
luego me atrapó entre sus fuertes brazos y me llenó de
besos. nos arrebujamos entre las sábanas.
−estás calentito –le dije.
−es que yo ardo.
puedo hacer arder cosas. ¿quieres ver?
−está bien –le respondí, aunque nunca supe muy bien por
qué.