Me invita a su casa cuando
todos se han marchado lejos, y la noche parece otra cosa, distinta, etérea,
surreal. Un té, la comida, la cena, los besos y las caricias, somos nosotros
buscando compañía y cariño, somos nosotros pretendiendo sentirnos queridos y
deseados. Nos tomamos la mano, leemos libros que no hemos leído en años y nos
dormimos agazapados, esperando a que el alba depredadora llegue a sentenciar
nuestras muertes como siempre lo hace. Entonces ella lava mi pelo, lo trata con
cuidado y no puedo sentirme más feliz por ser yo en ese momento. Un desayuno,
una fruta, leche y té con tostadas. Los gatos se revuelcan en el antejardín, el
sol espera perezoso entre las nubes y yo no quiero que esto acabe, esto
distinto, esto etéreo, esto tan surreal. Porque está sola en casa cuando todos
se han marchado lejos. El día nos parece ahora otra cosa, y nos damos cuenta
que tarde o temprano este lugar volverá a estar lleno de gente y todo habrá
acabado, como aquella tendencia de la noche por terminar cuando llega el día,
como el instinto de la luna de mantenerse siempre separado del sol cuando es de
noche.